Casimiro López Llorente. Obispo de la Diocésis Segorbe-Castellón.
Queridos diocesanos:
En este último domingo del año litúrgico celebramos la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo. Jesús mismo se declara Rey ante Pilatos en el interrogatorio a que le sometió cuando se lo entregaron con la acusación de que había usurpado el título de 'rey de los Judíos'. "Tu lo dices, yo soy rey". "Pero mi reino no es de este mundo", añade. En efecto, el reino de Jesús nada tiene que ver con los reinos de este mundo. No busca poder ni pretende imponer su autoridad por la fuerza; no se apoya en ejércitos tradicionales o mediáticos, ni compra voluntades. Jesús no vino a dominar sobre pueblos ni territorios, sino a servir y entregar su vida para liberar a los hombres de la esclavitud del pecado y de la muerte, para reconciliarlos con Dios, consigo mismos, con los demás y con la creación entera.
Jesús es Rey porque ha venido a este mundo para dar testimonio de la verdad."Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz" (Jn18, 37).La verdad que Cristo vino a testimoniar al mundo es que Dios es amor y misericordia. Jesús nos descubre la verdad más profunda del ser humano, del mundo y de la historia: la verdad de Dios para nosotros y la verdad de nosotros para Dios. La verdad que Jesús nos enseña es que venimos de Dios, de su amor de Dios y que caminamos hacia Él, hacia la vida plena y eterna en su Amor; somos creados por su amor y para ser amados eternamente por Él; sólo Dios es capaz de llenar nuestro deseo de ser amados. Por eso, porque Jesús nos descubre la verdad más honda y universal de nuestros corazones, todos los que la escuchan con buena voluntad, la acogen con fe en su corazón.
Toda la existencia de Jesús, desde su encarnación a su muerte y resurrección, es relevación de Dios y de su amor. De esta verdad dio pleno testimonio con el sacrificio de su vida en el Calvario. La Cruz es el 'trono' desde el que manifestó la sublime realeza de Dios-Amor: Jesús, el Hijo de Dios, Dios y hombre, ofreciéndose como expiación por el pecado del mundo, venció el dominio del 'príncipe de este mundo' e instauró definitivamente el reino de Dios. Desde este momento, la Cruz se transforma en fuerza salvadora, en árbol de la Vida, en fuente del Amor, en motor del perdón y de la reconciliación. Lo que era instrumento de muerte se convierte en triunfo y causa de Vida. Este reino se manifestará plenamente al final de los tiempos, después de que todos los enemigos, y por último la muerte, sean sometidos a Dios.
Cristo Jesús reina desde el madero de la Cruz, dando su vida, sirviendo, perdonando, reconciliando, amando a los hombres hasta el extremo. En la Cruz, que unos prohíben o quieren prohibir en espacios públicos, que otros mancillan o reinterpretan para hacerla desaparecer de nuestra vista, está toda la Verdad, de la que Cristo es fiel testigo. En la Cruz, Cristo nos muestra cómo es Dios es y cómo ama sin límite a los hombres. En la Cruz reconocemos, de manera clara y sin complejos, el amor sin límites de Dios por los hombres. Ahí tenemos a Dios, único y universal: Señor crucificado, identificado con los que sufren, no espectador de las humillaciones, escarnios, injusticias y pobrezas, sino sufriéndolas en su propia carne, que es también la nuestra.
La Cruz es el trono desde el que reina Cristo, es la señal clara de un amor que lo transforma y vivifica todo, que da sentido a todo. Cristo en la Cruz, es el Sí definitivo e irrevocable de Dios al hombre. Es el núcleo y el motor de la experiencia cristiana y de toda vida cristiana, llamada a dejarse transformar por Dios, haciendo del amor, del perdón, de la misericordia, de la compasión y de la reconciliación, en definitiva de la caridad verdadera, la señal de identidad y el móvil de la existencia cristiana en todo. Por todo ello, la Cruz significa tanto para nosotros, los cristianos.
Cristo se propone a todos, pero no se impone a nadie como verdad que hace libres, como esperanza que abre el futuro de verdadero progreso, como caridad sin límites que todo lo renueva, como vida plena y sin fin.
Que la fiesta de Cristo Rey sea para los cristianos confesión viva de fe y que el Señor y Rey de la historia y de todo lo creado haga de nosotros, signo viviente de la presencia de su Reino y colaboradores valientes en su instauración entre nosotros.
Con mi afecto y bendición,