Casimiro López. Obispo de la Diócesis Segorbe-Castellón.
Cada primer domingo de julio celebramos la Jornada de Responsabilidad en el Tráfico. Es una llamada a fijar nuestra atención en el significado del tráfico y de la conducción, así como en la urgente necesidad de esmerar nuestra prudencia.
El tráfico y la conducción se ha convertido en un hecho habitual en nuestra vida cotidiana. Los desplazamientos de un lugar a otro tan frecuentes y tan propios de la vida moderna son expresión de la vida como viaje y como camino. En estos días del verano, millones de personas se desplazan de un lugar a otro para iniciar sus vacaciones o regresar de ellas; no olvidemos tampoco a los millones que diariamente lo hacen por motivos laborales y sociales. Cuando nos ponemos en camino, tenemos la esperanza de llegar felizmente a nuestros destinos. Pero esto, por desgracia, no siempre sucede así.
Es cierto que el número total de accidentes y de víctimas mortales ha descendido notablemente en los últimos años: en 2013 se contabilizaron 1.128 muertos en accidentes tráfico, el número más bajo desde que en 1960 se empezaron a contabilizar los accidentes de tráfico. Debemos alegrarnos y felicitarnos por ello. Pero una sola vida humana que se pierda es siempre muy importante. Cada muerto en nuestras carreteras no es una cifra, es una persona con nombre y apellidos, padres, esposos, hijos, y deja en su entorno mucho dolor y un gran vacío. No podemos bajar la guardia. Seamos prudentes y responsables de nuestra vida y de la vida de los demás. Es preciso seguir redoblando los esfuerzos, por parte de cada uno y desde todas las instancias públicas y privadas, para seguir reduciendo dichas cifras hasta donde sea posible. Salvar una sola vida humana bien merece la pena.
Conducir quiere decir ‘convivir’, 'caminar con otros'. Nos lo recuerda muy bien el lema de la Jornada de este año, cuando Jesús se unió a los discípulos camino de Emaús: "Jesús se acercó y se puso a caminar con ellos". Caminar juntos pide de todos que caigamos en la cuenta de que no vamos solos por el camino, la carretera o la calle, y que cada cual ha de poner su parte para que todos sean más humanos. Conducir un vehículo o caminar por la calle es, en el fondo, una manera de relacionarse, de acercarse y de integrarse en una comunidad de personas. Esto pide de todos pero, sobre todo, de los conductores dominio de sí, prudencia, cortesía, amabilidad, espíritu de servicio, conocimiento de las normas del código de circulación, y también estar dispuestos a prestar una ayuda desinteresada a los que la necesitan, dando ejemplo de caridad.
Conducir implica además no dejarse llevar por los impulsos, la agresividad o la competitividad. El conductor, cuando sale en automóvil, debe ser consciente de que en cualquier momento podría suceder un accidente. Ir al volante pide gran atención. La mayor parte de los accidentes es provocada, precisamente, por la falta de atención y la imprudencia. Por eso la prudencia es una de las virtudes más necesarias e importantes en relación con la circulación. Esta virtud exige un margen adecuado de precauciones para afrontar los imprevistos que se pueden presentar en cualquier momento. Desde luego que no se comporta con prudencia el que se distrae al volante o la calle con el móvil, el que conduce a una velocidad excesiva, no respeta las señales o descuida el mantenimiento de vehículo. Colaboremos para que el tráfico sea cada vez más humano.