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domingo, 24 de noviembre de 2024 | Última actualización: 12:13

La gran soledad

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Rafa Cerdá Torres. Abogado.

El pasado lunes día 11 de febrero (otra jornada relevante ocurrida el día 11, al estilo 11 de septiembre de 2001 con el Atentado a las Torres Gemelas, el 11 de marzo de 2004 con los atentados de Atocha, ¿curioso verdad?) reunió a lo largo de sus veinticuatro horas de duración, todos los elementos que una jornada debe condensar para considerarse histórica: un líder de proyección mundial (escala planetaria) anuncia su retirada de su puesto al frente de una institución milenaria (la Iglesia Católica, uno de los principales credos del planeta), hecho que no encuentra precedente desde siglos atrás (como mínimo seis siglos atrás), y encima de forma totalmente sorpresiva.

No seré yo quien evalúe la decisión de abandonar el solio pontificio por parte de Benedicto XVI, considero que hay que poseer cierta perspectiva temporal, los tiempos de la Iglesia no son los tiempos de la sociedad de la información instantánea. Me atrevo a aventurar que una opinión médica informando de un inminente deterioro en la capacidad de decidir y de pensar del Pontífice, habría podido influir mucho en la extraordinaria inteligencia de Joseph Ratzinger a la hora de sopesar los pros y los contras de seguir al frente de la Iglesia. Al tiempo le pido tiempo, y a buen seguro la Historia escribirá los acontecimientos que han provocado los hechos que hemos visto estos días. En siglos nunca había renunciado un Papa.

Si los focos de la actualidad se centran en la figura de Benedicto XVI, yo no puedo dejar de pensar en el hombre, en la persona que ocupa un puesto y da contenido a una dignidad como la de Sumo Pontífice de la Iglesia. Por mucho oropel que le rodee, Joseph Ratzinger es sólo un hombre, con su propia personalidad, con su capacidad de alegrarse y también de sufrir. Pero sobre todo, le percibo como un hombre solo, terriblemente solo. Sin nadie con el que compartir el peso de una primacía espiritual en el mundo, no buscada por el intelectual alemán que nunca ha dejado de ser. El poder del Papa no se ejerce al estilo de gobiernos, presidentes o monarcas, no hay un círculo de decisión compartida, no hay una familia de apoyo. A buen seguro Benedicto XVI habrá rezado mucho, siendo éste su único criterio válido para adoptar la decisión final de retirarse del trono de San Pedro. Estoy seguro que en la oración habrá sabido encontrar el apoyo, la fortaleza y la sabiduría para sacar adelante una opción que a buen seguro, cambiará al Papado.

Como católico podré discrepar de algunas opciones que la Iglesia ha tomado en problemas como los sistemas de planificación familiar, el papel de la mujer dentro del acceso al sacerdocio o la indiferencia a veces glacial frente a las víctimas del terrorismo de ETA, entre otros temas. Sin embargo, no puede dejar de admirar la valentía que Benedicto XVI ha afrontado en la resolución de problemas tales cómo los abusos sexuales cometidos por sacerdotes, las políticas de hacer frente a la opacidad en las cuentas del Vaticano, y la admirable esperanza en el ser humano que ha acreditado en cada una de sus Encíclicas. No cabe duda que estamos frente a una de las mentes más lúcidas de estos últimos tiempos.

Benedicto XVI saldrá del mundo el próximo 28 de febrero, a las 20 horas. El ejemplo de humildad que denota su actitud es un bálsamo frente a un mundo saturado de soberbia por el poder, el dinero y la influencia. Su gran soledad habrá acabado.