Rafa Cerdá Torres. Abogado.
La brutal y sangrante irrupción de la noticia ocurrida en la ciudad de Newton (Connecticut) en pleno Estados Unidos, donde un aberrante simulacro de ser humano cercenó la vida de veinte niños de primaria edad, junto a otros siete adultos. De los veinte, dieciséis de ellos apenas habían cumplido los seis años. A buen seguro cometeré algún error en la terrorífica estadística de fallecidos, apenas pude concentrarme en los detalles según iba profundizando los detalles de la historia. Son niños los asesinados, mientras estaban en sus aulas, en su colegio. A sangre fría un ejecutor mató con sus disparos a 27 jóvenes vidas. No en un lejano y bélico punto del planeta, ni en una frontera bajo litigio, ni en medio de una escaramuza terrorista,...no.
El escenario del horror se ha dibujado en una escuela como las que estudian nuestros hijos, en calles como las nuestras. ¿Se imaginan ese hecho fatídico en el colegio al que cada mañana dejamos a los peques?...Imagínense por un momento que debe sentirse cuando una llamada a tu teléfono, te comunica que tu hijo o tu hija nunca más volverá a casa, ni llamará a su madre o a su padre, ni jugará con sus amigos ni pedirá la merienda, ni se hará el remolón para irse a dormir...Todo eso se ha acabado.
Una fría mañana te dicen que tu hijo o tu hija ha muerto por un disparo, hecho por un loco asesino.
Adentrarse en el dolor de los padres y familiares, es como pisar cristales rotos, da igual tanto la velocidad como la intensidad del paso, cada centímetro quiebra, rompe y sega. Podemos abrir un debate concienzudo, con miles de recovecos sobre las causas que llevan a un joven a matar a sangre fría a niños y docentes, en un centro educativo como los que existen en nuestras sociedades. Los expertos sacarán del cajón los más altos conceptos de sociología, los psicólogos disfrazarán la perversión de ese asesino con citas de manual de comportamiento, la psiquiatría esbozará un cuadro clínico con alguna patología mental y los políticos pronunciarán sentidos y esmerados discursos. En pocas jornadas, la felicidad artificial de estas fechas de Navidad apartará de los primeros puestos de la actualidad los ecos de esta matanza, y de nuevo un manto de olvido caerá sobre los niños asesinados. Una matanza más de las que cada cierto tiempo nos sorprende la sociedad norteamericana, con su sempiterno debate sobre la libertad de posesión de armas de fuego.
Pero los padres, hermanos, abuelos y todas las familias no someten la amputación de muerte que han sufrido a los criterios informativos. La ausencia del niño o de la niña cada mañana explotará con un grito de silencio a un nombre que ya no se pronuncia si no es desde el recuerdo. Si la vida plantea duros retos, afrontar la muerte de tu hijo siendo un niño se convierte en la más dura de las batallas. Quizás pueda pecar de ingenuo pero a pesar de todo, las celebraciones de estos próximos días de Navidad, quizás traigan un rayito de luz a todas las familias afectadas. Parte del Mensaje que trae consigo el nacimiento del Niño Dios es que todavía hay Esperanza, frente a la que la muerte no vencerá nunca.