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domingo, 24 de noviembre de 2024 | Última actualización: 20:36

Son hachazos, no recortes

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Miguel Ángel Cerdán. Profesor de Secundaria.

Víctor Klemperer, judío superviviente del Holocausto, dedicó su principal libro, ‘Lingua Tertii Imperii’, a demostrar como el nazismo llegó al poder mucho antes de 1933, y como lo hizo a través de las palabras, de la utilización de la lengua como una división panzer. Así, Klemperer estudia como los nazis utilizaron construcciones de palabras extrañas con el fin de dar un aspecto “científico” o neutral a los discursos y a acciones de todos los días.

Un ejemplo paradigmático es la expresión “campo de concentración”, que entonces  era más bien un eufemismo con el que ocultar la inhumana realidad que albergaba. Klemperer decía que “las palabras pueden actuar como dosis ínfimas de arsénico: uno las traga sin darse cuenta, parecen no surtir efecto alguno, y al cabo de un tiempo se produce un efecto tóxico”.

Asistimos en este sentido, como dice Monedero, a un ejercicio más grosero que sutil, un ejercicio en el que cabe enmarcar los “daños colaterales” de los que habla el ejército de los Estados Unidos para no mencionar la realidad de los muertos y heridos, un ejercicio que cada vez se hace más frecuente en España. Así, ya no hay despidos en España, hay “ajustes de plantilla”. Lo que existe no es precariedad laboral, es una “mayor flexibilidad en empleo”, y el trabajo basura ahora se llama con la más elegante expresión de “minijob”. Se habla de “alivio fiscal” para justificar la reducción de impuestos a los ricos, y, como si no se pagaran ya con los impuestos, se sacan medicinas de la seguridad social, se hace que se paguen en farmacias, y se llama a ese invento “copago”. El listado es interminable.

Y el problema principal tal vez haya sido  la falta de respuesta por parte de aquellos que debían denunciar esta división acorazada de palabras, estas dosis de arsénico en el lenguaje, cuando no la asunción directa de muchos vocablos. Así, por ejemplo, se ha asumido la palabra “recortes”, que implica indirectamente el “cortar aquello que sobra”, y ello se ha podido ver incluso en carteles de protesta, cuando se debería haber contraatacado con la palabra “hachazos”, pues lo que están haciendo es destrozar nuestro Estado de Bienestar.

Sin embargo, todavía se puede rectificar. Todavía esta batalla no está del todo perdida. Porque si se pierde la batalla del lenguaje, se pierde todo, que nadie se engañe. Klemperer lo demostró.