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jueves, 21 de noviembre de 2024 | Última actualización: 19:57

Perdimos los españoles

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Pascual Montoliu. Ha sigut capellà, professor d'antropologia i teologia, i tècnic comercial.

Hasta el propio CIS ha caído en ese alarde de papanatismo intelectual que supone atribuir un ganador a los debates parlamentarios. Lo que nos faltaba. No contentos con el circo futbolístico de cada día de la semana, es ahora el mismo parlamento prostituido a la categoría de circo romano, donde el vulgo disfrutaba de la lucha encarnizada entre gladiadores. Dicen las  encuestas del CIS que ganó Rajoy sobre un Rubalcaba, al que le crecen los enanos a ambas orillas del Atlántico.

El debate lo perdimos los españoles, que somos lo único que queda de España. Imitando el léxico político norteamericano, el áulico Felipe González cuando introdujo este debate anual copió hasta el nombre, debate del estado de la nación.  Una forma cursi de  maquillar nuestro sistema político con coloretes yankees y con la investidura quijotesca de Lord Fraga como jefe de la oposición. De aquella megalomanía hemos derivado a este triste espectáculo de mequetrefes en que se ha convertido nuestro parlamento. No se percató en su día el avispado González de que lo que en USA se llama nación, aquí lo llamamos estado. Un mundo al revés. Es lo malo de buscar recetas fuera que no se adaptan a nuestra idiosincrasia.

A lo que íbamos. ¿Por qué digo que perdimos el debate los españoles? Porque allí no se habló de nuestros problemas reales, sino de lo que son los mantras obsesivos de cada formación política. Lo que los americanos llaman nación y aquí, Estado Español, saltó por los aires una vez más. Todo un jefe de la oposición, seguido por el resto de polluelos, se negó en redondo a oponerse a la declaración de independencia de Cataluña. Rajoy subió a la tribuna con la única obsesión de repetir su mantra de la recuperación, cuando lo real es que todavía se sigue destruyendo empleo y la deuda pública va en aumento. Y subió a la tribuna, catalejo en mano, con el fin de querernos hacer mirar a través de su prisma, donde al parecer se divisa tierra firme en el horizonte en medio del naufragio.

Lo peor del debate ha sido su fecha. En realidad, allí no se ventilaba los problemas de España. Fue el pistoletazo de salida para la campaña electoral ante las elecciones europeas. Y así como son éstas una desnaturalización de lo que deben ser al convertirlas en un sondeo –consulta como dirían Mas y Junqueras- ante las próximas elecciones autonómicas y generales, igualmente el debate sólo perseguía posicionarse cada partido ante los próximos comicios de la Unión. No era la renta de los españoles lo que estaba sobre la mesa, sino la renta electoral de cada partido político, máximo objetivo –por no decir único- entre elecciones. Lo suyo es ganar elecciones, olvidándose de gobernar. Un poco lo que le ocurría al herrador de mulas que a fuerza de herrar, erró y olvidó su oficio, y acabó como mulero.

El paradigma de desbandada general lo dio, como guinda del debate, la sentencia de la justicia europea contra el céntimo sanitario. Montoro, con la indecencia de cargar la responsabilidad del impuesto sobre la Comisión Europea. Rubalcaba, satanizando al gobierno y olvidando que cuando él gobernaba fue el infame céntimo una de las reivindicaciones de la huelga del transporte de 2008, que él mismo se encargó de dinamitar. El ministro catalán de Economía Mas-Colell, fiel a la moderna tradición catalana de no hacer ni puto caso a los tribunales de justicia, anunciando de forma prepotente, tal como es él, que no piensa devolver nada. Y desde el corralito de Asturias, se dice que lo que haya que devolver que lo devuelva Madrid y que lo que se da, no se quita. Este es el estado de la nación, un debate para la nada. Es el bellum omnium contra omnes. Menudo panorama.