Diana Rubio. Politóloga experta en comunicación política, protocolo y eventos.
Esta semana hemos asistido a una votación en el Congreso llevada a cabo por filas de izquierdas para retirar la controvertida nueva ley del aborto que el PP pretende sacar adelante y que ha tenido el voto favorable de Celia Villalobos. Con esta acción, se vuelve a abrir el debate acerca de dónde empieza la persona con su conciencia y su ética y donde el político con su ideología.
El toque irónico de esta situación lo encontramos en la sanción con la que el Partido Popular pretende castigar a la conocida diputada por no seguir la disciplina de voto de los populares. Sin embargo, otros dos diputados que también votaron a favor alegando que cometieron un error, no correrán la misma suerte.
No pensemos que esto es obra de un solo partido, en el PSOE también tenemos casos similares, sobre todo con la polémica del referéndum, un órdago lanzado por los nacionalistas en Cataluña.
Representar a la población a través de un determinado partido, debe estar aderezado con coherencia y confianza en sus acciones, pero cuando los intereses partidarios se cruzan por el camino, ¿qué prima?
El pertenecer a uno u otro color está reñido con las creencias políticas y sociales individuales que conforman la opinión pública. Estas sanciones por pensar diferente en algunas cuestiones me recuerda en cierto modo a prácticas cercanas a las mafias de mitad de siglo XX, donde la lealtad, compromiso y el cumplimiento de unas órdenes determinadas conducían a la muerte en el caso de no acatarlas.
En esta guerra de partidos donde la víctima es la democracia y el sentido común, hay muchos obstáculos en el camino a recorrer para alcanzar el poder, donde los verdaderos protagonistas quedan relegados al oscurantismo y la corrupción que los azota.
Por tanto, la ideología, los intereses del partido y la conciencia forman un triángulo avocado a provocar muchos dolores de cabeza a quienes se encuentran en el centro del mismo, y tendrán que aceptar las llamadas disciplinas de partido, aunque para ello, fallen a sus propias creencias como personas.
Y en este sentido, ¿Qué se comunica a la población cuando un político vota en contra de las directrices de su partido y a favor de sus intereses como ciudadano?
La política se ve por la opinión pública como una amenaza, como un pepito grillo que te dice lo que debes hacer y cómo, anulando cualquier inquietud individual, lo que provocará que los partidos políticos y sus responsables sean considerados en ocasiones por los ciudadanos como los villanos de una película llamada “democracia al limite”, donde nadie tiene derecho a pensar diferente.
Militar y representar unas siglas conlleva unos determinados sacrificios entre ellos anular la conciencia individual en favor de la ideológica. Pero ¿hasta qué punto? muchos son los casos en los que el castigo dado a representantes políticos con pensamientos diferentes en cuanto a propuestas o mociones ¿cuál es el límite entre la libertad de creencias y la disciplina de voto?