Jorge Fuentes. Embajador de España.
Me gusta el cine. También el cine español. Hubo tiempos en que, ante la duda, prefería ver una película española. Aún ahora me sigue interesando mucho nuestro cine…a pesar de todo ¿A pesar de qué? Veamos.
1. En los años cuarentas y cincuentas del pasado siglo, el mejor cine del mundo era el francés. Eran los tiempos de Rene Clair, Renoir, Clement, Carné y otros muchos. Lo años sesentas fueron dominados por los italianos, como Fellini, Antonioni, Visconti, de Sicca. A partir de entonces, el cine norteamericano llegó como un tornado y lo barrió todo identificando a la población de los cinco continentes con las gestas de Paul Newman o Marylin Monroe.
2. Paralelamente, en España, nace una pequeña industria sin apenas proyección exterior hasta los años cincuentas, con la llegada de directores como Buñuel Berlanga, Bardem y Saura. El número de producciones anuales llega hasta la cifra de 146 films en 2005, con un presupuesto medio de 3 millones de Euros y una cuota de pantalla máxima del 30% en 1977.
3. En los últimos diez años, los datos se han deteriorado gravemente. El número de producciones ha decrecido progresivamente hasta 55 películas en 2011 y 35 en 2012, un 25% de las cuales nunca llegaron a estrenarse y aunque algunas cifras parecen reflejar una cierta mejoría por subir nuestra cuota de pantalla lo cierto es que tal ascenso se efectúa sobre la base de unos pocos films de Segura, Almodóvar, Amenábar o Bayona. Ejemplo, en 2012, “Lo imposible” supuso el 38% de todos los ingresos del cine español.
Tal es, en apretada síntesis, la situación actual de nuestro cine. Veamos cómo hemos llegado a esa situación en que,
- Cada año se ruedan menos películas españolas.
- La mayoría de ellas solo pueden producirse gracias a subvenciones estatales pagadas por los contribuyentes, lo que nos convierte a todos los españoles en productores forzosos de cine.
- Dichas subvenciones pueden alcanzar el 50% del coste de producción.
- Algunos de los escasos films producidos nunca llegan a distribuirse comercialmente y si se proyectan, lo hacen unos pocos días para cubrir el expediente de las cuotas de cine europeo frente al norteamericano.
-Por añadidura, los escasos ingresos conseguidos por nuestro cine (poco más de 100 millones de Euros, una cuarta parte del capital que genera la fiesta nacional) lo logran entre no más de tres o cuatro películas cada año.
-Causa y efecto de todo lo anterior es que muchos de los componentes del cine descrito, se han politizado y lo han hecho de forma tendenciosa decantándose hacia una 'izquierda divina' que, remedando el dicho también francés, tiene “El corazón a la izquierda pero el billetero a la derecha”.
La reciente ceremonia de los premios Goya ha mostrado una vez más las claves del problema: el presidente de la Academia del Cine, González Macho, insistió en que el acto debía transcurrir por cauces correctos y que el cine español debería evitar ser “de la ceja, del bigote o de la barba”. Aunque la parte del espectáculo que estaba precocinada marchó bastante bien –excepto para la Casa Real y el sufrido Ministro Vert--, dos o tres personas sacaron los pies del tiesto y parecieron empecinarse en que cada día el cine en que participan, pierda la audiencia de aquellos que no desean escuchar arengas sectarias pronunciadas por intérpretes o realizadores a los que quizá admiran como artistas pero de los que no necesitan recibir instrucciones políticas unidireccionales. Lamentándolo mucho, gran parte de los espectadores carecemos de la grandeza de espíritu suficiente para deslindar el intérprete de la persona y tendemos a aceptar o rechazar el paquete conjunto. Así es la vida.
Naturalmente, al margen de tribunas pagadas por los contribuyentes, los cineastas, como todos los españoles, pueden y deben expresar sus opiniones. Pero si insisten en evacuar sus discursos en foros inadecuados (en festivales subvencionados, divulgados por la televisión pública) deben ser conscientes de que lo hacen con el grave riesgo de que, por la misma razón que ellos son libres de hablar, el público es libre de ir o no ir a ver sus películas. Y, visto lo visto, parece que muchos de los espectadores han optado por no ir.