Enrique Domínguez. Economista.
Después de seis años de crisis, cualquier tenue luz, léase cualquier ligera mejoría en algún indicador socioeconómico, es anunciada en los medios escritos con titulares más o menos grandes e, incluso, en primera página; así, se nos ha dicho que 2013 terminaría con seis mil parados menos que en enero, que el sector azulejero aumenta sus exportaciones un 8% y se consolida en sus envíos y que aumenta su producción, a diferencia del sector italiano.
Y se llega al extremo de no esperar a conocer los datos del paro a comienzos de cada mes y se pide al SEPE, el antiguo Inem, la evolución semanal o quincenal para reflejar que baja el número de parados registrados.
Y es muy loable el destacar aquellos aspectos que parecen indicar que la salida del túnel de esta crisis está más cerca. Si empujamos todos en la misma dirección, a lo mejor salimos antes; pero es necesario tener muy claro y reflexionado hacia dónde vamos o hacia dónde queremos ir.
Y en estos momentos da la impresión que lo que se quiere es salir de la crisis y, luego, ya veremos qué rumbo tomar para no recaer.
Y digo esto porque cada vez más da la impresión que todos los buenos propósitos hechos en los momentos álgidos de la crisis pasan a un segundo plano o, lo que es peor, se guardan en ese baúl de los recuerdos aciagos. Va tomando cuerpo la frase de “virgencita que me quede como estoy”.
En esos medios escritos se decía no hace muchos meses que era importante para la economía castellonense la diversificación, la innovación, el no poner todos los huevos en el mismo cesto, … . También se señalaba la necesidad de recuperar la cultura del esfuerzo, de la responsabilidad, del trabajo bien hecho. Y se añadía la necesidad de eliminar o reducir al máximo el fraude, de quitarle el prestigio que aún tiene en la sociedad, que era imprescindible prestigiar la formación profesional, adaptarla a las necesidades reales y cambiantes del sector empresarial. Asimismo se afirmaba el no querer caer de nuevo en una burbuja inmobiliaria, que hay que pasar de vender lo que se fabrica a fabricar lo que tiene venta, no vender sólo por precio o mejorar la cadena de valor del producto.
Se considera que esas son algunas de las bases firmes en las que debería sustentarse el futuro de la economía, no sólo la castellonense. Y también se acepta que esos retos no se implantan en dos días pero que hay que iniciarlos o retomarlos con urgencia si no se quiere quedar rezagado en la competencia internacional; hablando en plata, si queremos ser suministradores de empresarios y trabajadores de éxito en lugar de mano de obra más o menos cualificada.
¿Se ha hecho algo en estos seis años para sentar las bases que eviten caer en una nueva crisis? Se me dirá que primero hay que salir de ésta, que en primer lugar está la austeridad y después el crecimiento, que la herencia recibida era muy superior a la esperada, que se ha evitado el rescate y que se alaban por Bruselas las medidas adoptadas y, sobre todo, que 2014 será el año de la recuperación.
Si esto es así, me temo que estamos peor que al principio de la crisis a pesar de los signos de mejoría que los medios escritos anotan en letras de molde. Volvemos a las andadas en todos los sectores; continuamos con las mismas ideas que antes de la crisis pero con menos capital humano y con recortes en la innovación.
Se habla ya muy poco o, al menos no merece grandes titulares, la diversificación de la economía, la cultura del esfuerzo, del trabajo duro, de la honradez; no se hace nada por desprestigiar el fraude (al contrario, la corrupción aflora a cada paso que damos) aunque haya leyes como la reciente de la transparencia (el papel es muy sufrido); de la Formación Profesional, se habla, se dice, pero sigue igual.
Sólo se insiste, y mucho, en la falta de crédito, en que el dinero no llega a la empresa y al emprendedor, que está muy caro, pero no se ha iniciado nada sólido para encauzar el futuro de nuestra economía. O eso me parece a mí.
¿Será verdad aquello de que de buenos propósitos están los cajones llenos?