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domingo, 24 de noviembre de 2024 | Última actualización: 20:36

El ‘Dr. House’ del General (II)

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Guillermo Miró. Ingeniero Industrial.

Hola a todos. Siguiendo la impactante historia empezada la semana pasada, nos dejamos a nuestro paciente del Hospital General, que había empezado sufriendo un dolor insoportable en la pierna y que ésta luego se había hinchado como un globo, en quirófano con el muslo en canal para sacar el gas y extirpar los músculos necrosados. Aunque el desenlace podía ser muy malo, el equipo médico tiene una última baza que jugar. La bacteria asesina, de la familia Clostridium, va a sufrir en sus propias carnes la fuerza de la presión, ya que nuestro paciente va a recibir medicina hiperbárica.

La gangrena gaseosa, que sufre nuestro paciente, se hizo tristemente célebre por la cantidad de muertos que ocasionó en la Primera Guerra Mundial. Los cirujanos militares no estaban preparados para tratar las heridas de guerra y la bacteria campaba a sus anchas en las trincheras. La idea de variar la presión ambiente en medicina no apareció hasta los años 60, cuando un cirujano holandés, Ite Boerema, sentó las bases de la medicina hiperbárica. Los médicos trataban por entonces de conseguir un método para operar a los pacientes a corazón abierto y detener el flujo sanguíneo unos minutos sin causar daños en los tejidos. Primero se probó con frío, bajando la temperatura y el metabolismo hasta el extremo, pero Boerema probó con otra variable completamente diferente: comenzó a operar a corazón abierto en una gigantesca cámara hiperbárica (a 2 o 3 veces la presión atmosférica habitual), donde al haber más concentración de oxígeno existía un margen de media hora para operar sin que se produjeran daños. En condiciones normales de presión, la cantidad de oxígeno que se disuelve en la sangre es muy pequeña, pero sin embargo, cuando se está sometido a tres atmósferas, la cantidad de oxígeno se multiplica por 15 y es suficiente para que los glóbulos rojos no sean necesarios. El oxígeno pasa al agua de las células sin necesidad de intermediarios y llega incluso donde no llega la sangre.

Pero el descubrimiento realmente importante para nuestro paciente fue el que realizó el doctor Brummelkamp, un colega de Boerema que trabajaba con infecciones anaeróbicas. Brummelkamp decidió probar el sistema contra las bacterias asesinas y vio que obtenía resultados increíbles. Las bacterias anaeróbicas soportan mal el oxígeno, y ante la alta presión y el exceso de oxígeno en el cuerpo activan un mecanismo de defensa y generan una cáscara que las protege del ambiente y se quedan ahí encerradas. Mientras están en esta fase de esporas no pueden producir la toxina  y en ese período se aprovecha para exterminar a la bacteria con penicilina.

Así, nuestro paciente fue sometido a una serie de sesiones hiperbáricas de dos horas, en las que su cuerpo permaneció a una presión de entre dos y tres atmósferas y se oxigenó muy por encima de los valores normales. Así es como los médicos obtuvieron una última bala contra la gangrena gaseosa, y nuestro paciente pudo volver felizmente a casa sin un trozo de muslo, pero seguirá caminando y haciendo vida normal. The end.

Historias tan impactantes y felices como éstas ocurren todos los días aquí al lado de casa, y gracias a la sanidad pública de la que aún disfrutamos la mayoría podemos presumir de salvar casos tan complicados y poder ayudar a cualquier persona a tener una vida digna y saludable. Como siempre, comentarios abiertos para sugerencias, ideas… Hasta la semana que viene.