Guillermo Miró. Ingeniero Industrial.
Continuando con la columna de la semana pasada, parece que la situación se ha arreglado en la capital, pero desde luego nos ha demostrado como de dependientes somos de los servicios públicos actualmente. He tenido discusiones bastante profundas con mis amigos compañeros de carrera sobre el papel de las concesiones de servicios públicos a empresas privadas, aunque nunca llegamos a un acuerdo… Sin embargo, es cierto que sin la aparición de estos servicios modernos sería mucho más difícil vivir en las ciudades, y retrocederíamos unos cientos de años, tal y como vamos a ver hoy.
Como decíamos la semana pasada, durante milenios la basura como tal era más bien escasa pero con la aparición de las ciudades se creó un nuevo dilema que resolver. Las grandes ciudades del Renacimiento eran lugares donde la gente disponía de la basura en la calle misma y el grito de “¡aguas!” se escuchaba al tiempo que un vecino arrojaba por la ventana sus propios productos líquidos de la noche anterior. En esta época los sistemas sanitarios eran inexistentes, lo mismo que la recolección de basura. Además, estas acumulaciones de basura y suciedad provocaban (aunque se averiguó dos siglos después) la aparición de plagas y epidemias que provocaron la desaparición de una tercera parte de la población europea del momento.
Sin embargo, con la entrada del siglo XVIII llegó la mayor transformación a nivel de civilización desde hacía bastante tiempo: llegó la Revolución Industrial; y con ella cambios tan abismales similares a los ocurridos con el paso del nomadismo a la sedentarización. Por primera vez se pudieron crear productos, herramientas, enseres y armas de manera rápida y masiva. Como consecuencia, se emitieron grandes cantidades de gases contaminantes, como el dióxido de carbono (CO2), a la atmósfera.
Además, con la Revolución Industrial vino la gran explosión en la generación de basura, tal y como la conocemos, por dos razones: los procesos industriales generaban escorias y desechos en una escala muchísimo mayor que los artesanales. Y además, siendo los productos más accesibles y baratos, la tentación de echarlos a la basura cuando se dañaban o dejaban de funcionar correctamente se volvía mayor.
Por otra parte, las investigaciones determinaron que los microorganismos eran los principales causantes de las enfermedades, lo que supuso un importante avance en todo lo referente a la higiene y a la gestión de residuos, al demostrarse que aquéllas podrían controlarse con adecuadas medidas de salud pública. En la segunda mitad del siglo XIX se pusieron en marcha las primeras incineradoras, planes de gestión de residuos y tratamiento de aguas, aunque las epidemias siguieron afectando a la población a causa de las aún precarias condiciones de salud pública.
Después de un período oscuro durante la primera mitad del siglo XX en Europa, durante la segunda mitad del siglo los nuevos avances tecnológicos y el desarrollo de la sociedad de consumo, dieron lugar a la aparición de nuevos tipos de residuos, cuyo volumen y peligrosidad obligaron a desarrollar nuevas técnicas de gestión de los mismos, con el fin de minimizar su impacto.
En resumen, una sociedad moderna no se concibe sin una gestión integral de sus todos sus residuos, y esto se demostró en los períodos de bonanza en Europa en el siglo XX. Sin embargo, con el final de las grandes guerras apareció un nuevo concepto que trataremos la semana que viene, así como las cosas que podemos hacer para que la basura no sea un problema a futuro como parece. Como siempre, comentarios abiertos para sugerencias, ideas… Hasta la semana que viene.