Guillermo Miró. Ingeniero Industrial.
Esta semana, y coincidiendo con el naufragio de Lampedusa, se vuelve a hablar en los medios de comunicación de las diferencias sociales entre el norte y el sur, y de las tragedias que suponen las vidas de estas personas que intentan llegar a lo que llamamos “Primer Mundo”, aunque no en cuánto a valores humanos, desde luego. Cada 3 segundos muere una persona de hambre en el continente africano, y muchos de ellos intentan llegar buscando cubrir esta necesidad vital. En el mundo 870 millones de personas están desnutridas y en nuestro país el panorama no es mejor, ya que cada vez más de familias se enfrenta al fantasma de la mala nutrición e incluso el hambre, en nuestras mismas calles.
Sin embargo, hay un dato que me pone los pelos de punta, y es el quid de la cuestión: Aún siendo una cosa ciertamente desconocida por la mayoría de la sociedad, casi un tercio de los alimentos que se producen en el mundo se dilapidan. Es difícil decir esto sin que la alarma de detección de eficiencia se dispare, sin duda: gente muere de hambre y a la vez tiramos comida. Algunos números al respecto: el 31,6% de los alimentos que se desperdician son sobrantes de otras comidas, a los que tenemos que sumar otro 23,3% de alimentos sobrantes que estaban destinados a consumirse pero que se olvidan en la nevera. En España, sexto país de Europa en despilfarro de comida, cada persona deja perder 63 kg de alimentos anuales, y los alimentos más desechados son pan, cereales, fruta, verdura y lácteos.
Pero este asunto del despilfarro adquiere un tinte aún más oscuro si además consideramos otro punto que tampoco se tiene en cuenta, el impacto medioambiental de todos estos alimentos desechados. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (conocida como la FAO) presentó un estudio que analiza los efectos del despilfarro alimentario desde una perspectiva medioambiental. Dentro de este estudio se señalaron una serie de riesgos medioambientales derivados de esta situación.
Entre otros datos, el estudio señala que todo el ciclo del alimento desde la semilla hasta la mesa de casa (producción, transporte y manipulación) es una actividad ciertamente contaminante en cuanto a emisiones de gases. Si el despilfarro de comida fuera un país, sería el tercero con más emisiones de CO2, solo por detrás de China y Estados Unidos, ya que genera unas 3,3 Gigatoneladas (3300000000000 kg) de CO2. Por otro lado, para la producción de todos estos alimentos “sobrantes” se utilizan muchos recursos naturales. Se calcula que el 28% de la superficie de la Tierra dedicada al cultivo sirve para producir comida que tiramos. Se trata de una superficie más grande que Estados Unidos o China, con todo lo que esto implica: deforestación, ecosistemas dañados y pérdida de flora y fauna. También el agua, un bien escaso, es malgastada. Regar plantas y dar de beber a animales que luego van a la basura supone un consumo de 250 km3 de agua, equivalente a 17 veces el caudal anual del Ebro.
En resumen, atendiendo a la situación tanto humana como medioambiental parece bastante claro que este ritmo de malgasto es insostenible, por lo que es momento que nos pongamos manos a la obra para acabar con el despilfarro de alimentos. Es un problema de todos: gobiernos, empresas de alimentación, y también nuestro. En Internet hay multitud de webs donde dan algunas sencillas instrucciones para disminuir el malgasto de comida que realizamos, y nos haremos un favor más grande de lo que puede parecer. Como siempre, comentarios abiertos para dudas, opiniones… Hasta la semana que viene.