Pablo Royo. Humanista.
No cabe la menor duda que la principal crisis que socava a España es la educativa, más allá de la económica, la política, la social o la institucional. Es indiscutible que España es una nación maleducada, inculta en gran medida, desfigurada y egoísta. No lo digo yo, lo dicen los números que descuartizan una nación rota y torturada por un cuerpo político que es descaradamente maleducado, corrupto e injusto.
El panorama educativo, cultural y económico es desolador: el abandono escolar afecta al 28,8% de los jóvenes españoles frente al 14,5% de media en Europa; los recortes de 2.600 millones de euros han provocado la pérdida de 62.000 docentes en el 2013 según un estudio realizado por CCOO, sin contar los datos de Catalunya y Euskadi;… pues las aulas están que revientan. A esto, se suma la defensa del PP a la privatización, patente con la subida de las tasas de matrículas universitarias y de programas de masters, suponiendo una subida de tasas del 33% en la UJI, y llegando hasta el 65,6 %, el tasazo universitario en Madrid. A la vez, se amenaza la pervivencia de las escuelas oficiales de idiomas, tan necesarias, y se cierran escuelas e institutos públicos. También en el mundo de la cultura los recortes del 13% y los aumentos fiscales, como el 21 % del IVA para los espectáculos, han sido catastróficos para el cine y el teatro, cuyas salas tienden también a privatizarse. Según las organizaciones científicas el recorte en I+D supera el 45% y supone 4.000 millones de euros menos, empujando la fuga de cerebros, y aumentando el 30% de emigrantes según la INE en 2013 respecto del 2012, yéndose del país también adultos de más de 45 años. Esto son los efectos de una tasa de paro de 25,8%, segundo país de la eurozona con más paro tras Grecia, y un paro juvenil por encima del 55%. Y ni hablar de los múltiples casos de corrupción.
Eso es a lo que ha llevado la nefasta política bipartidista del PSOE y el PP, con sucesivas reformas educativas y laborales fracasadas que han sacudido a la clase media.
Ha habido manifestaciones multitudinarias y diversas huelgas desde diversos sectores, pero este gobierno está jodidamente sordo, quizás por el poco ruido sindicalista y la somnolencia ciudadana, que no lee, ni escucha, ni ve, ni analiza.
En materia educativa, parece no haber una unanimidad de la comunidad docente, que a mi modo de ver, tiene la sartén por el mango si decidiera paralizar las clases y no volver a las aulas hasta que no se garantice la calidad educativa. Pero, ese espíritu revolucionario no existe en una sociedad egoísta, y también amedrantada, que con cierto temor piensa “no vaya a tocarme a mí”.
Sin embargo, a pesar del escatológico sistema educativo, no debemos quitarle responsabilidad a la comunidad educativa, acomodada y me atrevo a decir que desapasionada ya desde antes de la agonizante crisis, ante una crisis de vocación alimentada por el confort económico del sector, inamovible como funcionariado.
Y es que ser docente no es una broma. El docente debe ser un artesano del espíritu, un antropólogo vocacional, vitalista y guía del estudiante en su camino hacia el conocimiento y en última instancia hacia sí mismo. Por ello, a pesar de los tijeretazos, es necesaria una autoevaluación que dignifique su labor, tan desprestigiada hoy.
Porque bajo ningún pretexto debe frivolizarse la enseñanza desde las entrañas, ni ningunearla desde la periferia, o bien diría yo, circo político, pues la vocación debe vencer lo circunstancial por mucho que escueza. Pero, ella es una palabra marginal que vaga por las veredas de la inmundicia vomitada por la casta política de este país.
Hoy en los Grados de Magisterio se enseña la transversalidad de valores, la atención a la diversidad, la orientación psicológica, las técnicas de agrupación cooperativa, la adquisición de las competencias básicas, así como el valor de la motivación para estimular el interés. También se considera el tratamiento multidisciplinar del conocimiento, el saber significativo, esto es, que tenga una finalidad práctica y vital. Pero, la realidad educativa está muy alejada de tales expectativas pedagógicas por la falta de coordinación profesional, la superpoblación, la supresión de aulas de apoyo, además del cansancio de muchos docentes, quemados y hastiados bien por las deficiencias del sistema que lo desprotege, o por su motivación intrínseca.
Les pido a docentes que enseñen a pensar por sí mismos a sus alumnos, despertando en ellos el espíritu crítico para editar a través de un proceso de reificación, o refundación el cambio de mentalidad y consecuente perspectiva que necesita el país, sobre todo desde la ciudadanía. Pero este tardará en llegar con el paso de generaciones que espero tengan la virtud de apreciar el valor de lo público, escuchando a su pueblo con esa vocación democrática inexistente en nuestros días. Pues sólo una educación de calidad podrá construir un futuro esperanzador y próspero, y salir así de la España maleducada en la que vivimos.






























