José Vicente Ramón Moreno.
El sábado pasado escuché una breve conversación que me resultó llamativa y, una vez analizada, me indignó.
Estaba una madre joven sentada en las escaleras de acceso a un portal con una criatura que no alcanzaría los dos meses sobre sus piernas, boca arriba, de cara a ella y la estaba entreteniendo con gestos de sus manos. Su pareja, al lado y de pie contemplaba la escena.
Al mismo tiempo la madre le explicaba a un amigo, bastante apesadumbrada, que en el bar de la esquina no podían entrar “por la niña”. Tengo que explicar que el mencionado bar es una sala de juegos y apuestas que en la parte que da a la calle tiene una cafetería.
Evidentemente la normativa no permite la entrada a menores para que no adquieran malos hábitos al juego y puedan convertirse, en un futuro, en posibles ludópatas pero … , por favor, utilicemos algo de sentido común y pensemos que una niña de mes y medio no puede ser objeto de aplicación de la norma si eso va a impedir que sus padres compartan un rato con sus amigos, tomen unas cervezas y vean el clásico Barça-Real Madrid que es por lo que creo que lo estaban comentando ya que eran las 17:45 horas y el partido comenzaba a las 18 h.
Yo soy el primero que ha criticado, en épocas que la normativa no existía o era menos estricta, que un padre estuviera jugando en una máquina tragaperras junto a su hijo de 5 o 6 años o que, peor aún, a modo de entretenimiento le diera una moneda para que fuera él el que la tirase a la máquina. Pero de eso a que, por aplicación estricta de la ley, prohibamos el paso a un bebé tan pequeño va un abismo.
Revisemos más los contenidos educativos, verifiquemos que todo lo lanzado a través de la ‘caja tonta’ y las nuevas tecnologías sea adecuado, repasemos las escalas de valores sociales para transmitirlos adecuadamente a nuestros niños y, con todo eso, a lo mejor no tenemos que vivir episodios como el que les he descrito que puede convertir, en un momento puntual, la aplicación de la ley en una injusticia social.