Juan Teodoro Vidal. Químico.
Los humanos tenemos la costumbre de dar etiquetas a otros miembros sobresalientes de la comunidad, conocidas genéricamente como prestigio, que confieren a sus poseedores ciertas ventajas o privilegios. Estas ventajas tratan de devolver a sus poseedores lo mucho que estos han aportado a los demás miembros del grupo. El prestigio es una medida del valor que los miembros del grupo asignan a la acción de uno de sus miembros. Concretamente de lo que este aporta.
Empleamos también la palabra valores cuando queremos hablar de principios que aportan beneficios para la vida en común. Así el prestigio que una sociedad otorga a sus VIPs es también una medida indirecta de los valores que esa sociedad se da de forma espontánea, aunque no se prediquen. Hay otros nombres para el prestigio. En nuestra actual forma de vida, en un mundo en el que los medios de difusión propagan noticias e imágenes instantáneamente a todas partes, la fama, la notoriedad, se constituye en una forma de prestigio. Al menos producen en sus nominados el mismo efecto recompensante.
El caso es que el prestigio, como anunciábamos al principio, aporta a quien lo posee muchas ventajas que en nuestra sociedad se valoran en dinero. Veamos qué grupos de personas reciben enormes cantidades de dinero comparados con el resto. Esas personas nos darán la clave de cuáles son los auténticos valores de nuestra sociedad.
Es perfectamente legítimo que si un empresario privado arriesga su dinero y su esfuerzo en un proyecto, gane mucho más dinero. Pero tenemos varios grupos que obtienen mucho dinero (y oportunidades) sin riesgo para su hacienda. Políticos y banqueros de entidades públicas, que manejan ingentes cantidades de dinero público y tendrían que estar a mi servicio, tienen elevados sueldos, dietas y privilegios; futbolistas de élite, toreros y cantantes, cuyo principal mérito es hacer que la gente no piense en su prosaica realidad, son millonarios; y famosillos de los programas 'del corazón', que emulan tertulias de barrio de antaño, cobran por charlar; todos ellos perciben bastante más dinero que la mayoría y encima protagonizan algunos de los mayores casos de corrupción.
Cobran más que profesionales que tardan años en formarse y en conseguir a duras penas un empleo mal retribuido, como maestros, médicos, policías, autónomos, técnicos, agricultores, comerciales, transportistas, etc. Algo va mal en una sociedad que permite que se premie muchísimo a gente que aporta poca o ninguna utilidad para la buena marcha de la sociedad en detrimento de los que la mantienen.
Lo malo es que el prestigio tiene una función en la educación y en la orientación de los más jóvenes, porque crea valores: en efecto, toda la población ve cuales son las pautas de conducta más retribuidas. ¿Quién no querría ganar dinero como un futbolista en lugar de como un químico? ¿Y en consecuencia quién no intentaría dedicarse al fútbol ganando millones en lugar de sacrificar años de su vida a estudiar el comportamiento de la materia para, con suerte, tener un empleo corriente?