Santiago Beltrán. Abogado.
La Audiencia Provincial ha reabierto parcialmente el asunto del atentado del 11-M, en lo relativo a la venta de las tarjetas de los móviles que se utilizaron para hacer estallar las bombas y que la sentencia de la Audiencia Nacional atribuyó a Jamal Zougam, único condenado de la mayor masacre terrorista de la historia reciente de Europa. Se une a otros intentos judiciales encaminados a llegar a la verdad de un caso que no por sentenciado pueda darse por cerrado o finiquitado, como a muchos parece interesar. Sobre los atentados de los trenes existen demasiadas versiones -la oficial, la oficiosa, la teoría de la conspiración y su contraria-, pero posiblemente ninguna coincida con la real, aquella que la ciudadanía de bien espera saber un día, sin que tengan que pasar cincuenta años para que el Gobierno de turno de a conocer los secretos de estado que no se hicieron públicos en su momento y que hubieran proporcionado la verdadera autoría de los hechos y la participación de aquellos que, probablemente, nunca fueron juzgados.
Lo curioso de la verdad oficial, la de la sentencia de Bermúdez, es que no resuelve ninguna duda, o casi ninguna, y todo ella es una suerte de concatenación de indicios, presunciones, posibilidades, juicios de valor, probabilidades, cuando no de verdades a medias o directamente ocultadas y sin analizar. Hoy, transcurridos nueve años desde la matanza indiscriminada e injustificable de casi doscientas personas inocentes y más de mil heridos, nadie ha podido contestar a preguntas tan sencillas, como quiénes fueron los autores intelectuales de los atentados, quiénes sus autores materiales, porqué no se inmolaron los supuestos terroristas asesinos en los trenes y si lo hicieron después, quién era y porqué se dejó escapar a un terrorista del piso de Leganés; cuál es la identidad del geo que supuestamente murió en el asalto a dicho piso; porqué apareció una mochila en la comisaría de Vallecas sin que sepa quien la dejó; porqué esta mochila llevaba tornillería cuando las que explotaron y causaron la mortandad carecían de ella; porqué se encontró explosivo distinto en las últimas pruebas periciales del que se dijo en un principio y se mantuvo como el real; porqué se lavaron y destruyeron los trenes inmediatamente sin ningún control judicial; qué intervención tuvieron determinados terroristas de ETA en la casa de Morata de Tajuña donde se fabricaron las bombas y se escondía la célula islamista; participaron o tuvieron conocimiento previo de los atentados los servicios secretos de otros países. Podríamos seguir hasta el infinito y nunca acabaríamos de plantearnos interrogantes sin respuesta.
Como al barquero de la fábula necesitamos, de una vez por todas, que alguien nos de tres verdades útiles –o tres mil- para pasar página de este trágico y luctuoso suceso, ya que con la ocultación y el oscurantismo que algunos practican y han ejercido desde el principio, nunca se llegara a conseguir dicho objetivo. Estoy convencido que quienes albergan dudas pero prefieren pasar ignorantes y de puntillas sobre estos hechos, son aquellos que no pueden asumir que en este país hubo un partido político que llegó a gobernar durante ocho años sobre la desgracia de tantos damnificados y que hizo todo lo posible para alcanzar un rédito electoral en la peor ignominia que se recuerda de una jornada de reflexión, mientras que el que perdió por dicha razón fue lo suficientemente torpe para consentir que los otros le comieran la tostada y la batalla de la opinión pública, facilitando información intoxicada de quienes desde dentro les hacían el juego sucio.