Rafa Cerdá Torres. Abogado.
A lo largo de la Historia existen toda una serie de figuras que concitan desde el primer minuto un hondo y profundo rechazo, a causa del zarpazo que en la historia colectiva ha significado su actuación cuando alcanzaron puestos de poder. Así Adolf Hitler o Joseph Stalin se encuentran inscritos en las páginas más negras del Libro de la Historia a causa de la estela de horror y muerte con la que jalonaron su estela como dirigentes políticos. Otras figuras del pasado siglo XX se mueven en una cierta ambivalencia, aún cuando el resultado final de su trayectoria pública haya sido abrumadoramente positiva, al estilo de Margaret Thachert, Indira Gandhi o Ronald Reagan, su legado como estadistas posee ciertas zonas objeto de crítica por algún sector de los actuales historiadores.
Episodios como el Irangate o la financiación a la Contra nicaragüense a espaldas del Congreso, ensuciaron la Presidencia de Ronald Reagan ante la opinión pública norteamericana al igual que la política fiscal conocida como el Poll Tax (tasa de ámbito municipal) de Margaret Thachert y el enconado anti europeísmo que implementó en su política exterior. O ciertas políticas de corte autoritario que aplicó Indira Gandhi en su mandato como Primera Ministra en la India a principios de los años setenta del pasado siglo XX. Sólo por citar insignes figuras que el pasado siglo XX proporcionó a la Historia, sobre todo en su segunda mitad, cuyos sucesos tanta influencia poseen todavía en el incipiente siglo XXI.
Sin embargo sólo conozco una figura del siglo XX que haya concitado tanta adhesión como la del recién desaparecido Nelson Mandela, y es la de Mahatma Gandhi. Ambos encarnaron la certeza que un solo hombre puede cambiar el devenir de la Historia, o bien proyectar una influencia decisiva. La acción pacífica de Gandhi aceleró de forma irreversible las ansias de independencia de la India frente a la metrópoli británica, pero siempre desde postulados pacíficos y de pleno rechazo a la violencia. Casi cincuenta años después, Nelson Mandela lideraba el proceso de extinción del régimen de segregación racial imperante en Sudáfrica desde el final de la Segunda Guerra Mundial para dar paso a una sociedad abierta de respeto a las formas democráticas (bajo el principio de un hombre, un voto) y de fuerte respeto a las minorías.
Con su ejemplo derrocó al sistema del apartheid evitando que la situación de segregación racial se invirtiera, es decir, el predominio blanco fuera sustituido por la dominación de la mayoría negra. A principios de la década de los noventa del siglo pasado, el sistema del apartheid tenía sus días contados pero en lugar de caer en un contexto de enfrentamiento civil, la moderación y tolerancia exhibida por Mandela tras su liberación, llevaron al Congreso Nacional Africano a paralizar cualquier afán revanchista de los sectores más radicales de la sociedad negra.
El sistema de gobierno manejado hasta ese momento por blancos, y que reconocía ciertos derechos a las minorías indias y mestiza, se abrió para introducir a todos los sectores de la mayoría negra. Ese proceso de una enorme fragilidad, fue liderado por Mandela con enormes dosis de tolerancia, diálogo y espíritu de reconciliación. El sueño de la libertad que las generaciones de ciudadanos de color habían tenido desde la creación de la Unión Sudafricana en 1910, fue culminado por la hazaña de un hombre bueno y sabio, cuyo nombre ya se ha escrito con letras de oro en las páginas dedicadas a la libertad del Libro de la Historia.