Miguel Ángel Cerdán. Profesor de Secundaria.
Hace poco más de un año el diario El Mundo informó del mayor escándalo por corrupción política de los últimos cincuenta años en España. Hace poco más de un año ese diario publicó las primeras informaciones que hacían referencia al pago sistemático de sobresueldos en B entre la cúpula del Partido Popular y el pago en donaciones que ciertas empresas hacían al citado partido político. Hoy, un año después, el asunto se ha saldado con el cese-despido de Pedro J Ramírez, el director que se atrevió a publicar esa información, y con el encarcelamiento del cabeza de turco oportuno; el señor Bárcenas. No ha habido ninguna otra consecuencia política ni penal. Ni ha dimitido ningún miembro de la cúpula del Partido Popular ni ha sido encausado formalmente nadie. ¿Hay algo entonces mejor que explique la lamentable, la nauseabunda realidad de esta ciénaga que es España que esto? ¿Hay algo peor que este mensaje de que denunciar la corrupción sale muy caro, y estar inmerso en ella sale muy barato, casi gratis, con los contactos adecuados?
Lo cierto es que en este año hemos visto cómo ni a la señora Cospedal, ni al señor Arenas ni a nadie de la cúpula del Partido Popular, inmersos en el escándalo de los sobres de Bárcenas, les ha ocurrido nada, ni política ni judicialmente. Lo cierto es que este año hemos visto como a la señora Mato, ministra del gobierno de España, no le ha sucedido nada a pesar de los regalos, documentalmente probados, que ha recibido de la red Gurtel. Lo cierto es que en este año hemos visto como todos los poderes del Estado se han movilizado para defender a la hija del Rey de ser tratada como una ciudadana más en un caso que al resto de los habitantes de este país nos hubiera costado hace tiempo una jugosa fianza. Hemos visto a banqueros salir de rositas mientras se les caía el pelo a los jueces que intentaron defender a los estafados, hemos visto a condenados y requetecondenados políticos por corrupción evitarles la cárcel a la espera del “indulto”. De ello son responsables unas élites extractivas con total sensación y ya también certeza de impunidad. Claro que a ello contribuye una justicia, inmersa en un marasmo que haría las delicias de aquel que dijo que lo dejó “atado y bien atado”. Y treinta y ocho años después cada día está más claro que estaba en lo cierto. A no ser que algún día los españoles decidamos de una vez romper el nudo gordiano.