Casimiro López. Obispo de la Diócesis Segorbe-Castellón.
El próximo domingo, día 13 de octubre, serán beatificados en Tarragona 522 mártires, que entregaron su vida por amor a Jesucristo en España durante la persecución religiosa de los años treinta del pasado siglo XX. Tres de ellos habían nacido en el territorio actual de nuestra Diócesis de Segorbe-Castellón: Enrique Andrés Monfort, hermano Marista (H. Benedicto), era natural de Villafranca del Cid; Mosén José Mª Piquer Arnau, era natural de Onda, y Mosén José Manuel Claramonte Agut, de Almazora; ambos eran sacerdotes de la Hermandad de los Operarios diocesanos. A ellos se une Sor Martina Vázquez, natural de Cuellar (Segovia) e Hija de la Caridad, que estaba al frente de la Comunidad que atendía el Hospital de Segorbe. Es, pues, una celebración que nos toca muy de cerca; un día para la acción de gracias a Dios por estos hermanos nuestros que derramaron su sangre por su condición de creyentes cristianos.
Con su beatificación, la Iglesia declara solemnemente que todos ellos murieron como testigos heroicos del Evangelio. Después de un largo y minucioso estudio e investigación, caso por caso, consta que todos entregaron su vida cruentamente por ser cristianos católicos. Esa fue la única razón por la que murieron. No son caídos de la guerra, sino mártires de Cristo. No son fruto de una contienda en la que caen de uno y otro bando, sino testigos de la fe en Jesucristo hasta la muerte. No cabe duda que murieron víctimas de una persecución religiosa contra la fe e Iglesia católica. Nuestros mártires no murieron en el frente, ni por su militancia política; fueron buscados y asesinados por ser cristianos católicos. Eran obispos, sacerdotes, frailes o monjas o seglares creyentes, de todas las edades y clases sociales. Se les pidió renunciar a su fe, y ellos se mantuvieron firmes en esa fe y en su amor a Cristo.
Este mismo amor a Cristo les llevó a responder al odio con el amor y el perdón. Ellos murieron perdonando y amando a sus verdugos. Así nos dejaron el hermoso e impagable testimonio del perdón como el único camino para la reconciliación y la construcción de un futuro común donde todos tienen su sitio. El camino de la construcción de una sociedad verdaderamente humana no son ni el odio ni el deseo de destrucción del diferente, sino sólo el amor, que implica respeto, perdón y reconciliación. Nuestros mártires no ofendieron a nadie, no impusieron a nadie sus creencias, querían vivir en libertad la fe cristiana. Su trabajo, como el de Jesucristo, fue pasar haciendo el bien, pero el odio contra la religión no los soportaba. Llenos de fe y de amor al Señor, su Dios, confortados por el rezo del santo rosario, alimentados, cuando era posible, con la eucaristía, cantando salmos, gritando vítores a Cristo, en ellos triunfó el amor y el perdón.
En este Año de la fe, los mártires del siglo XX son para nosotros modelos de fidelidad en la fe y vida cristiana en tiempos realmente convulsos: su legado es su testimonio personal de fe firme hasta la muerte y su testimonio de perdón y reconciliación. Son vidas truncadas de hombres y mujeres que merecen ser recordadas en tiempos de debilitamiento de la fe y de alejamiento de Dios y de su Iglesia, y en unos tiempos de crisis y crispación social. Demos gracias a Dios por el testimonio de estos mártires. Ellos son un signo de esperanza para todos. Que su ejemplo nos ayude a vivir nuestra fe con fidelidad en nuestros días.