Casimiro López. Obispo de Segorbe-Castellón.
En ocho días comienza la Semana Santa. Es la semana más importante para la Iglesia y para los cristianos. La llamamos ‘santa’ porque está santificada por los acontecimientos que conmemoramos en la liturgia y mostramos en las procesiones: la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Co su celebración, la Iglesia se santifica, se renueva a sí misma y se convierte en fuente de Vida y de Esperanza para el mundo. Los cristianos debemos prepararnos debidamente para celebrarla con espíritu de fe y con recogimiento interior.
Estos días son los de mayor intensidad litúrgica de todo el año, una intensidad que ha calado hondamente en la religiosidad cristiana de nuestro pueblo. Las Cofradías de Semana Santa con las procesiones y las representaciones de la Pasión son el mejor ejemplo de ello. Pero hay que evitar que queden reducidas a tradición, estética, sentimiento, expresión cultural o evento turístico.
Además puede ocurrir que, llevados por el ambiente vacacional o por el contexto secularizado, perdamos de vista su profundo sentido cristiano. Para muchos, esta Semana ha quedado reducida a días de turismo y vacación. También para no pocos bautizados está perdiendo su sentido más profundo. Las procesiones se separan, a veces, de las celebraciones litúrgicas, o no son ya expresión de una fe viva y vivida en Cristo Jesús. De ahí, la llamada a vivir con fe y con recogimiento interior la Semana Santa. Si es así las celebraciones litúrgicas y las procesiones avivarán nuestra fe en el Señor y nuestra vida cristiana.
Durante estos días, los cristianos acompañamos a Jesús en los últimos días de su vida en este mundo. Las narraciones de la Pasión de Jesús cobran nueva vida en su lectura personal, en su proclamación en la liturgia y en sus representaciones en nuestros pueblos; es como si los hechos se repitieran efectivamente ante nuestros ojos. Todos los acontecimientos que conducen al arresto, al proceso y a la ejecución de Jesús son recordados, celebrados y representados. Paso a paso, escena por escena, seguimos el camino que Jesús recorrió durante los últimos días de su vida mortal hasta su muerte y, a través de ella, a su resurrección.
Los acontecimientos que celebramos no son historia pasada. La representación de las procesiones se hace realidad actual en la celebración litúrgica; en ella tienen su origen y a ella han de conducir para que no deriven en una historia muerta, anodina, pura manifestación externa. La procesiones sin la celebración litúrgica quedan incompletas; la proclamación y representación de la fe reclaman la celebración participada con fe viva y vivida.
También nosotros somos destinatarios de la historia de la Salvación que acontece en la pasión, muerte y resurrección de Jesús, representada y celebrada en cada Semana Santa. Jesús Nazareno padece y muere por nuestros pecados y los pecados de nuestro mundo; Jesús sigue cargando con nuestro mal y con el sufrimiento que causan nuestros pecados a tantas personas; Jesús nos ofrece el perdón de Dios en el sacramento de la Penitencia; y Jesús resucita para devolvernos la Vida de Dios, que es fuente y motor de vida y de fraternidad, de sanación y de reconciliación, de justicia y de paz entre los hombres.