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viernes, 22 de noviembre de 2024 | Última actualización: 10:38

Fui extranjero y me acogisteis

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Casimiro López. Obispo de la Diócesis Segorbe-Castellón.

El Jubileo de la Misericordia nos llama a abrir nuestro corazón a la Misericordia de Dios para que nos dejemos transformar y seamos signos eficaces del obrar del Padre. El amor de Dios quiere alcanzar a todos; quienes acogen el abrazo misericordioso del Padre quedan trasformados en brazos que se abren a otros para que también ellos experimenten la Misericordia divina: sea quien fuere, en este abrazo fraterno debe saberse amado como hijo de Dios y sentirse 'en casa' en la única familia humana.

Con este deseo y súplica celebraremos el Jubileo de la Misericordia del emigrante y del refugiado en la Jornada Mundial dedicada a este grupo de personas, el próximo domingo, día 17. Todos los cristianos de nuestra Iglesia de Segorbe-Castellón estamos llamados a participar en esta celebración, en la Concatedral de Santa María de Castellón, a las 19 horas. Es una celebración no sólo para los emigrantes y refugiados, sino de toda y para toda nuestra Iglesia diocesana.

Como reza el lema de la Jornada de este año, ‘los emigrantes y refugiados nos interpelan’ y nuestra respuesta no puede ser otra que la del Evangelio de la misericordia. Esto comienza por sentir dolor y compasión ante los millones de personas, que huyen ante la guerra y la persecución, o que tienen que buscar una vida más digna lejos de su país. Como creyentes y como Iglesia no podemos quedar indiferentes o callar; no podemos habituarnos a su sufrimiento y a su precariedad; hacerlo sería entrar en el camino de la complicidad.

Cierto que fue muy rápida y generosa vuestra respuesta a nuestra llamada de hace unos meses ante el drama de los refugiados; muchos se ofrecieron como voluntarios y otros pusieron a disposición medios económicos y materiales para acoger a los que huyen de las guerras en Oriente Medio. Pero por desgracia seguimos esperando que la administración civil nos soliciten los medios ya disponibles. Parece que pasada la fase emergencia del primer momento y la desaparición de los refugiados del primer plano de los medios de comunicación, todo haya caído en el olvido. Pero no podemos callar ni caer en la indiferencia.

Hemos de mantener viva nuestra conciencia ante fenómeno migratorio, examinar sus causas y analizar sus problemas tanto desde el punto de vista humano, económico, político, social y pastoral. Nos urge plantearnos nuestra actitud y redoblar nuestro compromiso real con las personas de los emigrantes, de los refugiados y de sus familias. Los flujos migratorios afectan ante todo a personas, que tienen la misma dignidad que los autóctonos.

Ellos nos interpelan en nuestro modo tradicional de vivir; a veces se encuentran con sospechas, temores y prejuicios que hemos de analizar y superar. Faltan criterios y normas claras para su acogida; y más aún, nos faltan criterios y normas para la integración a corto y medio plazo. Como personas humanas que son, los inmigrantes tienen los mismos derechos fundamentales y las mismas obligaciones que los autóctonos; se merecen pues el mismo respeto, estima y trato que los nativos, como ellos, a su vez, han de respetar y reconocer el patrimonio material y espiritual del país que los hospeda, obedeciendo sus leyes y contribuyendo a sus costes.

Es así mismo y sobre todo necesario fomentar actitudes y comportamientos de acogida, de encuentro y de dialogo. Los cristianos hemos de tener siempre presentes las palabras de Jesús: “fui extranjero y me acogisteis” (Mt 25,35); en ellas, Jesús se identifica con la persona del emigrante y llama a su acogida, como si de Él mismo se tratara. Cada uno de nosotros es además responsable de su prójimo: somos custodios de nuestros hermanos y hermanas, donde quiera que vivan. Con estas premisas aprenderemos a valorar a los emigrantes y refugiados, a acogerlos fraternalmente y a ayudarles en sus necesidades, y a facilitar su integración armónica en nuestra sociedad.

Como nos recuerda el papa Francisco en su Mensaje de este año: "En la raíz del Evangelio de la misericordia, el encuentro y la acogida del otro se entrecruzan con el encuentro y la acogida de Dios: Acoger al otro es acoger a Dios en persona".