Casimiro López. Obispo de la Diócesis Segorbe-Castellón.
Para todo cristiano, llamado por Jesús a ser su discípulo misionero, el verano es un tiempo muy apropiado para recuperar energías descansando en el Señor. Esto vale para los pastores, pero también para catequistas, profesores y padres cristianos, para todo religioso o seglar implicado en la misión de Jesús sea en la Iglesia o en el mundo.
El pasado domingo, el evangelio nos relataba la primera misión de Jesús a los Doce; este domingo nos narra la vuelta de los Doce de aquella primera misión. A su regreso, los apóstoles se reúnen con Jesús para hablar con él "de todo lo que habían hecho y enseñado". Los apóstoles le dan cuenta de su misión. Son momentos de confidencias en los que los discípulos comentan al Señor la experiencia vivida. Así se nos muestra que toda nuestra actividad pastoral y apostólica ha de partir de Jesús y volver continuamente a él. Al mismo tiempo es como si los apóstoles tuvieran que reponer energía espiritual y apostólica. Han cumplido la misión encomendada: han enseñado, han llamado a la conversión y han curado enfermos o expulsado demonios. Saben bien que aquello no ha sido por sus propias fuerzas, sino por el poder que Jesús les ha dado. Por eso vuelven a Jesús para reconocer que sin Él no pueden nada. A la vez al volver a Jesús ratifican su deseo de estar más unidos a él. La auténtica acción apostólica también tiene este efecto: partir siempre de Cristo y acercarnos más a Él.
La respuesta de Jesús a la explicación de los apóstoles es singular. Su respuesta se concreta en llevárselos con Él a un lugar 'tranquilo y apartado' donde nadie les estorbe y puedan descansar con Él y en Él. A esta situación se le pueden aplicar aquellas palabras de Jesús: "Venid a mí los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré" (Mt 11,28). El trabajo de los sacerdotes como el de todo discípulo misionero del Señor no es fácil ni descansado. Ser fiel a la misión encomendada, lograr que la palabra y la obra del Señor llegue a todos pide dedicación, entrega, desvelos, sufrimiento, perseverancia, y produce cansancio: es el cansancio apostólico. Por eso, quien es enviado necesita descanso: y éste sólo se halla en el Señor. Nos lo recordaba el papa Francisco a los sacerdotes en su homilía en la Misa crismal de este año. Este descanso consiste en saber estar con Jesús, escucharlo, vivir con él, profundizar en su comunión de vida con Él. Tal comunión nos ayudará, a la vez, a tener la misma solicitud, compasión y misericordia de Jesús para con todos, para con la multitud que, en cada momento de la historia, vive "como ovejas sin pastor".
Porque el evangelio de este domingo nos muestra dos cosas íntimamente unidas e inseparables. Por una parte, el Señor invita a sus discípulos a descansar, a reponer fuerzas en su compañía y dejarse cuidar por él para no desfallecer. Si pretendiéramos servirle sin dejar que Él nos cuidara, acabaríamos exhaustos. Pero, por otra parte, Jesús aparta un momento a los apóstoles de la actividad para mostrarles una misión más grande. Casi de inmediato, Jesús se pone a enseñar con calma a una multitud inmensa. El amor que Jesús siente por sus discípulos, cansados del viaje apostólico, y el que le lleva a compadecerse de la multitud que anda desorientada es el mismo. Estar con el Señor nos ofrece lo necesario para reponer nuestras fuerzas, para salir del agobio, para recuperar el ardor apostólico; pero también en Él aprendemos a descubrir las necesidades de nuestro prójimo y a ponernos a su servicio con generosidad; el amor de Cristo es un amor que nos sostiene y nos impulsa. Un verdadero descanso nos lleva a afrontar la misión con mayor entrega; pero también nos hace presente el anhelo de Jesús de llegar a todos los hombres y de difundir su amor.