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domingo, 16 de febrero de 2025 | Última actualización: 12:46

Oración y compromiso por la unidad de los cristianos

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Casimiro López. Obispo de Segorbe-Castellón.

El miércoles pasado, día 18, empezó la Semana de oración por la unidad de los cristianos, que concluirá el día 25, fiesta de la Conversión de san Pablo apóstol. Esta valiosa iniciativa espiritual implica a las comunidades de todas las Iglesias y comunidades eclesiales desde hace más de cien años.

Se trata de un tiempo dedicado a la oración por la unidad de todos los cristianos bautizados, según la voluntad de Cristo: "Que todos sean uno" (Jn 17, 21). Hemos de reconocer que esta Semana ha perdido fuerza entre nosotros, después de años de viva celebración. Quizá nuestras urgencias y preocupaciones sean otras o que las dificultades en el diálogo ecuménico nos hayan desalentado. Pero, la oración y el compromiso por la unidad de los cristianos siguen siendo algo vital, necesario y urgente.

La actual división de los cristianos contradice clara y abiertamente la voluntad de Jesús; es un escándalo para el mundo y debilita la tarea que el Señor nos encomendó de predicar el Evangelio a toda criatura, más si cabe en tiempos de descristianización. El mismo Señor ora al Padre Dios para que todos sus discípulos seamos uno para que el mundo crea (Jn 17, 21). El muestra así su vivo deseo de la unidad plena y visible entre sus discípulos y nos indica cuál es la fuente primera de esa unidad, que no es otra sino la oración. Porque la unidad de los cristianos es antes de nada un don de Dios que hemos de implorar con perseverancia e insistencia.

Junto con la oración, ‘el alma de todo el movimiento ecuménico’ en palabras el Concilio Vaticano II (UR 8) es la conversión del corazón y la santidad de vida. Es lo que en este año se quiere resaltar con el lema ‘Reconciliación. El amor de Cristo nos apremia’ (cf. 2 Cor 5, 14-20. En este texto san Pablo habla de la obra reconciliadora de Dios por medio de la muerte de Jesucristo y del cambio que se produce en los que viven 'en Cristo' que se transforman en una nueva criatura, fruto de la gracia e iniciativa de Dios y del amor de Cristo que nos apremia a ser embajadores de reconciliación.

La reconciliación es un don de Dios destinado a toda la creación. Como consecuencia de la acción de Dios, la persona que ha sido reconciliada en Cristo está llamada a su vez a proclamar esta reconciliación con palabras y obras: "El amor de Cristo nos apremia" (v.14), dice san Pablo; y añade: "En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios" (v.20). Esta reconciliación no se da sin sacrificio: Jesús entregó su vida, murió por todos.

Los embajadores de la reconciliación están llamados, en su nombre, a dar su vida de forma parecida. Ya no viven para sí mismos; viven para aquel que por ellos murió. El hecho de que Dios ha reconciliado consigo el mundo es motivo para darle gracias y celebrar los dones de Él recibidos. Pero esto también tiene que incluir el arrepentimiento por la división causada y mantenida en el Cuerpo de Cristo y por los demás pecados cometidos; y ha de incluir también el compromiso de fortalecer nuestro testimonio común del Evangelio de la misericordia en el mundo y de caminar juntos en el futuro hacia la unidad basada en la verdad y la reconciliación.