Casimiro López. Obispo de la Diócesis Segorbe-Castellón.
El Año de la Fe, convocado por el Papa emérito Benedicto XVI e inaugurado por él mismo el 11 de octubre del pasado año, será clausurado por su sucesor, el papa Francisco, el próximo Domingo, 24 de noviembre, Festividad de Jesucristo, Rey del Universo. En nuestra Diócesis celebraremos la clausura la víspera, la mañana del sábado 23 de noviembre, con una solemne celebración Eucarística en la Santa Iglesia Concatedral de la Diócesis en Castellón; estará precedida con concentraciones y celebraciones en torno a la fe en cuatro iglesias cercanas, desde las que peregrinaremos en procesión a la Concatedral haciendo profesión pública de nuestra fe. Os invito de corazón a todos a todos a esta celebración diocesana para mostrar con humildad la belleza de nuestra fe y compartir la alegría de creer.
Con estos actos, deseamos, ante todo, dar sentidas gracias a Dios por los abundantes dones que de Él hemos recibido durante este tiempo de verdadera gracia: ha sido un año en que, con la ayuda de Dios, hemos abierto un poco más nuestro corazón a Dios, y se ha avivado y fortalecido nuestra fe personal y comunitaria; un año en que hemos profesado repetidamente nuestra fe, recitando más conscientemente el Credo; un tiempo en que muchos hemos podido profundizar en el conocimiento de los contenidos fundamentales de nuestra fe, en que hemos celebrado en las comunidades y en la Diócesis el tesoro inmenso de la fe recibida; un año en que, con la ayuda de la gracia, hemos intentado vivir más fiel y radicalmente la fe y vivirla en la caridad y en la existencia diaria.
Gracias queremos dar a Dios por el don de los 522 mártires del siglo XX en España, beatificados en Tarragona, en especial por los siete naturales del actual territorio de nuestra Diócesis. Como os decía en una carta anterior, nuestros mártires son "testigos de la fe y del perdón". A nadie debería molestar que demos gracias a Dios por estos testigos de la fe. Tampoco podemos avergonzarnos de hacerlo. El mismo Benedicto XVI, en su carta Porta fidei, nos invitaba a recorrer la historia de nuestra fe, entremezclada del misterio de la santidad y del pecado. Si la constatación del pecado ha de llevarnos a la conversión y a la reconciliación con Dios y los hermanos, esto no impide que recordemos que "por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del Evangelio, que los había trasformado y hecho capaces de llegar hasta el mayor don del amor con el perdón de sus perseguidores" (n. 13).
Concluido el Año de la fe permanece la necesidad de mantenerla viva, de profesarla y conocerla, de celebrarla y vivirla para ser testigos de Jesucristo y de su Evangelio. Jesús nos llama a ser sus discípulos y misioneros. Lo que hemos recibido gratis, gratis lo hemos de ofrecer a todos. Nuestra Iglesia diocesana, todos cuantos la integramos, fieles y comunidades, deberíamos sentirnos misioneros. El Papa Francisco nos urge a salir a las "periferias existenciales". Son todas aquellas realidades a las que no ha llegado la Buena Noticia del Amor de Dios revelado y realizado en su Hijo Jesucristo, que cura y sana, que perdona y reconcilia, que da aliento y esperanza en el camino hacia la vida eterna, que da la fuerza para que hombres y mujeres se dejen transformar por el amor y la misericordia de Dios. Y estas periferias no están lejos; están a nuestro lado, a nuestra puerta. Y esperan que se les anuncie y ofrezca a Cristo.