Casimiro López. Obispo de la Diócesis Segorbe-Castellón.
Octubre es el mes misionero por excelencia. Este domingo, 19 de octubre, celebramos con toda la Iglesia católica la Jornada Mundial de las misiones, el día del Domund. Cada año, este día constituye una ocasión privilegiada para que todos los integrantes del Pueblo de Dios tomemos conciencia de la permanente validez del mandato misionero de Jesús de hacer “discípulos a todos los pueblos” (Mt 28, 19), porque aún son muchos los que no conocen a Jesucristo. El mandato y el compromiso misionero, también en la misión ad gentes, valen para todos, porque la misión atañe a todos los cristianos: a nuestra Iglesia diocesana, a las parroquias, y a las comunidades, movimientos y asociaciones eclesiales. Todos los miembros de la Iglesia estamos llamados a participar en la misión que el Señor nos ha confiado, ya que la Iglesia es misionera por naturaleza: la Iglesia ha nacido “en salida”, nos dice el Papa Francisco.
El encuentro con Jesucristo llena el corazón de alegría e impulsa a todo cristiano a confesar y testimoniar su fe en Cristo para que la alegría de la salvación llegue a todos. Quien se ha encontrado personalmente con Jesucristo no puede retenerlo para sí; el amor personal de Dios que experimenta y la alegría que brota del encuentro sanador y salvador con Cristo, le impulsa a anunciarlo con alegría a los demás por la palabra y por el testimonio de vida. Es lo que experimentaron aquellos setenta y dos discípulos a quienes Jesús envío de dos en dos a anunciar, a proclamar que el Reino de Dios había llegado, y a preparar a los hombres al encuentro con Jesús. Después de cumplir con esta misión de anuncio, los discípulos volvieron llenos de alegría: la alegría es un tema dominante de esta primera e inolvidable experiencia misionera.
Esta misma alegría es la que testimonian una y otra vez nuestros misioneros que entregan su vida, aún a riesgo de perder la salud y su vida, como ocurre en los países que sufren la epidemia del ébola. Ellos prefieren siempre quedarse en la misión y no abandonar a los suyos para compartir con ellos su experiencia del amor de Dios.
Por ello, esta Jornada debe servir para renovar y potenciar nuestro recuerdo agradecido, nuestra oración sincera y nuestro compromiso solidario con tantos misioneros y misioneras, que, siguiendo la llamada del Señor, lo han dejado todo y entregan su vida para que la Buena Nueva resuene en todos los continentes. Ofrezcamos nuestra oración y tengamos gestos concretos de solidaridad para ayudar a las Iglesias jóvenes en los territorios de misión. Son muchas y, en algunos casos extremas, las carencias y necesidades materiales de los misioneros en el cumplimiento de su tarea evangelizadora y de promoción del desarrollo integral de las personas, en especial de los más pobres.
No podemos dudar que la colecta de esta Jornada va destinada totalmente a las misiones y así a los más desfavorecidos de la tierra. Incluso en tiempos de crisis económica, su situación de olvido, de descarte, de pobreza, de injusticia y de marginación nos sigue interpelando y nos llama a un mayor esfuerzo en nuestra colaboración generosa en la colecta de este día. No busquemos justificaciones fáciles para inhibirnos. Redoblemos, pues, nuestro compromiso con la misión y las misiones. El Señor nos llama a compartir nuestros bienes para que alegría del Evangelio llegue a todos, a los más pobres y desfavorecidos de la tierra.