Casimiro López. Obispo de Segorbe-Castellón.
En la Jornada diocesana de Apertura del Curso pastoral tuvimos la ocasión de reflexionar sobre los problemas de fondo de la iniciación cristiana hoy. La cuestión que latía en el corazón de los numerosos participantes en el encuentro era cómo hacer hoy un cristiano para ser fieles al mandato de Jesús: "Id y haced discípulos míos... bautizándolos". Pues constatamos con dolor que nuestros esfuerzos no consiguen su objetivo: hacer discípulos misioneros del Señor de los bautizados.
Una de conclusiones de la Jornada es la necesidad de un cambio de mentalidad, que nos lleve a un cambio en la pastoral. Para ello es preciso, antes de nada, no olvidar que la iniciación cristiana es la inserción progresiva de una persona en el misterio de Cristo, muerto y resucitado, y en la Iglesia por medio de la fe y de los sacramentos: el Bautismo, que es el comienzo de la Vida nueva; la Confirmación, que es su afianzamiento; y la Eucaristía, que alimenta al discípulo con el Cuerpo de Cristo para ser transformado en Él. A todo este proceso o camino en el que la Iglesia hace nuevos cristianos lo llamamos iniciación cristiana.
La iniciativa de Dios, la respuesta de la persona y la mediación de la Madre Iglesia son esenciales e inseparables en este proceso.
En primer lugar, la iniciación cristiana es un don de Dios; sólo Dios puede hacer que el ser humano renazca en Cristo por el agua y el Espíritu; sólo Él puede comunicar vida eterna; suya es la iniciativa y suya es la capacidad de santificar al ser humano por su gracia, que se comunica eficazmente en dichos sacramentos.
En segundo lugar, la iniciación es un don de Dios a la persona, quien ha de responder libremente al don de Dios, recorriendo un camino de liberación del pecado y de crecimiento en la fe; la gracia santificante comunicada en los sacramentos es un don que pide ser acogido e incide en todas las dimensiones que configuran su existencia humana; es una realidad que implica a toda la persona y que ha de ser continuada por una educación permanente de la fe en el seno de la comunidad eclesial.
En tercer lugar, la iniciación cristiana es un don de Dios que recibe la persona humana por mediación de la Madre Iglesia, que recibe la vida de Cristo para engendrar, por mandato suyo y por la acción del Espíritu Santo, nuevos hijos para Dios.
El proceso de la iniciación cristiana se realiza principalmente mediante la catequesis y la liturgia, dos dimensiones de una misma realidad: introducir a los hombres en el misterio de Cristo y de la Iglesia. La catequesis no es un mero requisito previo para recibir los sacramentos, ni menos puede reducirse a una clase escolar. Toda la comunidad diocesana, y especialmente cuantos intervenimos en la iniciación cristiana (sacerdotes, padres, catequistas, etc.) necesitamos un cambio de mentalidad. Hemos de ser conscientes que la celebración de los sacramentos debe ser siempre precedida y acompañada por la evangelización, la fe y la conversión, porque sólo así pueden dar sus frutos en la vida de los fieles. Jesús nos mandó hacer discípulos y bautizarlos.
Es importante destacar algunos elementos importantes que hay que recuperar en nuestra pastoral.
Primero, el anuncio de la Palabra, que suscita la fe y la conversión; hoy tiene como destinatarios a los que no creen como los que viven en la indiferencia religiosa; pero es necesario también un nuevo anuncio a nuestros niños bautizados e incluso a los bautizados que creen saberlo todo sobre el cristianismo pero realmente no lo conocen.
Segundo, la conversión inicial de los adultos equivale, en el caso de la iniciación cristiana de los niños bautizados en la infancia, al despertar religioso; es responsabilidad de los padres acompañar a sus hijos en este despertar a la fe, porque su ausencia tendrá consecuencias negativas en todo el proceso; las parroquias han de suplir o apoyar este momento, por ejemplo con el oratorio de niños.
Tercero, en el proceso de iniciación es necesario el discernimiento; la Iglesia siempre juzgó sobre quién podía o no comenzar un proceso de iniciación, si había vivido una auténtica primera conversión, y sobre quién lo podía culminar o no, según hubiese asimilado la vida cristiana y sus exigencias a lo largo del proceso; no basta con asistir a catequesis el tiempo establecido; tiene que poder verificarse una adhesión cordial a Cristo, un cambio de valores y de conducta: esto implica hoy discernir en cada caso; mediante el diálogo pastoral deben superarse los posibles conflictos e incomprensiones, tratando de hacer descubrir la dignidad y la belleza de la vida en Cristo.
Y, cuarto, en la catequesis de iniciación es básica la persona del catequista, que ejerce una auténtica misión eclesial; esto requiere una profunda experiencia de fe y una sólida formación para poder ser guía espiritual de los catequizandos, acompañándoles en el aprendizaje y maduración de la fe.