José Vicente Ramón Moreno.
Hace un par de días llamé a una compañía de taxis (que podríamos imaginar que es de Antonio Cortazar o de Amparo Crevillente) para que me enviasen un taxi a mi casa. Tardó bastante, me recogió en una calle muy cercana a la Farola y, cuando aún no llevábamos un par de minutos, me llamó la atención que el conductor manipulaba mucho su móvil y, también, estuvo tocando el taxímetro.
Al poco observé que el contador ya se había saltado el 4.25 correspondiente a la carrera mínima y andaba sumando al galope. Pensé que había venido desde el otro extremo de Castellón y por eso ya empezaba a contar de más. Lo cierto es que cuando llegué a la Comisaría de Policía Nacional marcaba 7.10 y el conductor tuvo ‘la gran deferencia’ de cobrarme 7 euros (seguramente porque le suponía un problema el cambio). Me bajé molesto por el importe pero no le di más importancia.
Cuando acabé mi gestión llamé de nuevo a la compañía en cuestión y me enviaron un nuevo taxi. Esta vez iba a la Puerta del Sol y, cuando estábamos ya en la calle Herrero vi que, descaradamente, el conductor tocaba una tecla del taxímetro que liberó, inmediatamente, el mínimo del 4.25 empezando a sumar. Me permití preguntar qué tiempo o distancia cubría el mínimo y me dijo, dubitativo, unos 4 kilómetros a lo que le repliqué que no llevábamos ni 2. Inmediatamente me dijo que no me preocupase que me cobraría el mínimo.
Me molestó esta actitud estafadora y al hacerle referencia al viaje de su compañero me dijo que no era posible que ese trayecto costase 7.10 pero luego se hizo el distraído y ya no pude seguir la conversación. Cuando finalicé me prometí a mi mismo que no volvería a buscar ‘por iniciales’ en la agenda de mi móvil para llamar a una compañía de taxis.
Debo decir que en otras ocasiones, con conductores de otra compañía, me he encontrado que hasta me han cobrado de menos porque han reconocido, por iniciativa propia, que para el trayecto realizado en ese momento el mínimo era excesivo. ¡No todos son salteadores de calles!.