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miércoles, 18 de diciembre de 2024 | Última actualización: 16:53

Cuando el padre ejerce de entrenador

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Santiago Beltrán. Abogado.

Me gusta el deporte y en especial me gusta del deporte base. Me gusta ver a esos chavales que con sacrificio, ganas y toneladas de ilusión se afanan para llegar lo más lejos posible. Veo mucho fútbol base, en edades donde los niños empiezan a pasar las primeras purgas. Infantil, cadetes y juveniles. Y eso me ha dado pie para estudiar qué tipos de padres tienen los futuros futbolistas, aunque sucede lo mismo en el fútbol sala, el balonmano o el baloncesto, por citar algunos más a parte del fútbol.

Y hay padres de todos los tipos. Está el padre que asume papeles positivos; el padre taxista; el padre positivo; el padre involucrado; el padre pesado; el padre entrenador; el padre que se cree Pepe Guardiola; el padre que resta en todos los sentidos; padres mal educados que insultan al árbitro y se crecen cuando los borregos que tiene al lado le aplauden cada vez que rebuzna;... Muchos padres que piensa que su hijo es un Messi, un Cristiano Ronaldo o un crack en potencia que se llega a encarar a otros padres o al entrenador porque su hijo es mejor y apenas tiene minutos.

Todo eso lo he experimentado en las dos últimas décadas en diferentes campos. Incluso estuve a punto de ser agredido por coger del brazo a un anciano que había cogido del cuello a un árbitro que no tendría más de 16 años por haber expulsado a su nieto, del cual creo que no supiera la décima parte del reglamento. Pues la hija del anciano estuvo a punto de soltarme un puñetazo porque yo cogí del brazo al anciano para que no estrangulara al joven trencilla.
Y toca reflexionar sobre el papel de los padres con sus hijos en el deporte. Partiendo de la base de que más del 80% son gente que lo único que pretenden es que su hijo practique deporte, que compita, y que luego cumpla con los estudios. Pero hay un 20% que tienen muy malas pulgas y ven el fútbol para desahogarse. Para chillar e insultar, casi siempre al mismo: al árbitro.

Y vuelvo a lo de antes: los motivos por los que los padres pierden los papeles son diversos. Muchos esperan que sus hijos les saquen de pobres convirtiéndose en Nadales o Cristianos. Otros desean que su hijo gane todo porque sus victorias son sus propios éxitos, es la manera de sentirse orgullosos del chaval y presumir de él delante de sus amigos y en el trabajo. Otros proyectan la vida que ellos no pudieron tener. Otros no tienen ningún autocontrol. No lo tienen en el partido de sus hijos, ni cuando conducen, ni cuando se dirigen a las personas. Y por últimos están los que cruzan los límites sencillamente porque no tiene consecuencias. Saben que está mal, pero su mala educación o ausencia de valores les hace comportarse como personas poco cívicas y desconsideradas.

El valor está en hacer deporte, porque es una conducta saludable, pero sobre todo en ser capaces de divertirse y relacionarse con los amigos. Lo demás no importa. Si no le presiona para que se supere con la consola de videojuegos, ¿por qué lo hace cuando va a los partidos? En el momento en el que la palabra jugar pierde valor –“jugar al baloncesto”, “jugar al fútbol”, “jugar al tenis”–, su hijo dejará de disfrutar y no querrá seguir yendo.