Diana Rubio. Politóloga experta en comunicación política, protocolo y eventos.
A día de hoy podemos informarnos en diferentes medios de comunicación de los diversos procesos judiciales abiertos a consecuencia de la mala utilización de los eventos, por parte de sus organizadores y quienes les contratan para ello. Y es que la organización y gestión de eventos encuentran su lado más oscuro en numerosos grupos de poder que han apostado por su realización como método encubridor de prácticas poco honestas.
Esta corriente suele percibirse entre altas esferas, donde el uso de un determinado evento, normalmente de grandes dimensiones, encubre unos fines poco éticos y en dirección a conseguir un beneficio económico en algunas ocasiones, en otras, una manera de generar relaciones para conseguir en definitiva un mayor poder dentro de esos círculos, normalmente políticos en nuestro país.
La ejecución de eventos con fines ilegales, incluso su utilización como tapadera, han conseguido impregnar esta herramienta de comunicación no convencional de una imagen sombría y turbia, que repercute negativamente en todo el sector que gira alrededor de ellos.
Pero esta imagen de los eventos derivada de su mal empleo, se ve aumentada debido a que a nivel general en la sociedad, existe una percepción de los eventos asociada a lo lúdico, lo costoso, incluso el libertinaje de unos pocos.
Pensar en esta disciplina como fase interna de labores opacas, da pie al llamado intrusismo que ahoga al sector y que junto a las prácticas poco transparentes y la asociación a determinadas prácticas, alimenta la mala imagen que se tiene de este elemento que trabaja a contracorriente y consigue grandes beneficios a quienes abogan por ellos.
Cabe recordar que la ética también existe en un sector al que habiendo afectado la crisis denota picos de crecimiento constante como herramienta que mas retorno de inversión en sus acciones conlleva, y que luchar contra esta tendencia social es una de las labores que los profesionales en eventos encuentran en su día a día.
Por tanto, es de vital importancia ayudar a extinguir las prácticas dañinas que hieren al sector y situar los eventos en un lugar donde la transparencia y la ética profesional se mezclen con la realidad de quienes apuestan por llevarlos a cabo.
En conclusión, es tarea de los profesionales de los eventos poner las velas de nuestro barco en la dirección correcta en esta carrera hacia puerto, al que se llegará por nuestra propia labor, sin atajos, ni trampas, ni aceptando opacidades en una travesía que debe vislumbrarse clara, limpia y honesta.