Enrique Domínguez. Economista.
La cultura del pacto no se adquiere en un día. Pensar, creer y aceptar que no estamos en la posesión de toda la verdad no es fácil. Posiblemente nuestra tradición católica, el imbuirnos hasta la saciedad que es la única y verdadera tenga algo que ver.
Ahora, porque los ciudadanos, libremente y sin demasiadas imposiciones (recuerden aquello de la necesaria estabilidad para que el proceso de recuperación no se atasque o pierda fuelle) han decidido darle un aviso (no sé si el primero o el único) a los dos grandes partidos (que hasta la fecha han sido un excelente caldo de cultivo para crear clientelismo, amiguismo, dependencia y puestos de trabajo sin cumplir, muchas veces, los requisitos necesarios), hay que ir a la búsqueda del pacto.
¿Es fácil el pacto cuando sabes que has de renunciar a una parte de tus creencias u objetivos en pos de mandar, de gobernar, de ya no ser de la oposición? ¿Priman las creencias o prima el llegar al estrellato, el llevar la vara de mando, el ser algo y no alguien de la oposición?
La tozudez de los grandes partidos en no querer darse cuenta de que los ciudadanos también pensamos y que cada vez aceptamos menos que nos dirijan sin ver en los dirigentes una vocación de servicio y no de servirse, viendo su engolamiento al pensar que el estar en el poder es casi eterno, les ha llevado al momento actual.
Y ver que en un par de horas se pasa de ser gobierno con un buen sueldo a ser oposición con bastante menos salario o a ser excluido del equipo municipal y sin ningún sueldo, debe ser bastante fuerte; sobre todo para ese político “profesional” que se ha metido en política con el objetivo de medrar y de llegar a ser alguien, para ese ciudadano que tiene la política como una profesión y no como un servicio. ¿Mirarán los periódicos del último día de campaña (o de cualquier día de la misma) para ver que lo que creían que iban a ser se ha quedado en nada?
De todo esto hemos visto en las recientes elecciones municipales en muchas ciudades y pueblos. Aunque el temor al cambio se ha apreciado más, sobre todo, en los municipios pequeños en los que ha predominado más las arengas a que el cambio sería el caos que el interés real por la mejora municipal.
Se dice y se insiste en que los principales enemigos se encuentran al lado de uno mismo, en el propio partido. Si ello es así, ahora que hay que llegar a pactos con uno a más partidos, ¿es fácil el consensuar internamente en qué se puede ceder y en qué no? ¿Hay un verdadero liderazgo en los partidos o una entente más o menos cordial entre las diferentes familias que lo componen?
¿No será más cierto que a todos nos gusta mandar y que el tener que pactar por obligación nos fastidia más o menos profundamente? ¿Se aprende en la escuela la idea de colaboración y de pacto o sólo se nos enseña a ser los primeros, a destacar, a poner una pica en Flandes?
Y cuando se pacta, ¿el más fuerte no termina engulléndose a los demás? ¿Por qué no se adopta como algo inaplazable la reforma de la actual ley electoral?
Los nuevos dirigentes tienen la obligación de no defraudar, de demostrar que no es cierto aquello de “los mismos perros con distintos collares”. Posiblemente el mantener de la estructura anterior lo útil y eliminar los arribismos sea complejo, pero hay que ser transparente y, sobre todo, buen y leal comunicador.
Por tanto, si hay que pactar, pactemos pero no porque no haya otro remedio; por convencimiento, no por obligación.