Enrique Domínguez. Economista.
Mi padre ya me decía, hace bastantes años, que cada campaña citrícola es un cajón de sastre, que no hay un comportamiento claro de la misma desde su inicio, que pueden existir unas previsiones positivas y la climatología estropearlas o que previéndose un exceso de producción, el clima, aquí o en los países de destino, ayude a sacar toda la fruta.
También hace bastantes años, se decía, y sigue siendo válido, que el agricultor citrícola estaba siempre mirando al cielo y al termómetro: al cielo por las tormentas y, además de la lluvia por el pedrisco, y al termómetro por si bajaba de cero grados. Todo ello influía más o menos fuertemente en el resultado de la campaña si bien el seguro agrario contra pedrisco o heladas podía paliarlo en parte, aunque se contrataba poco.
Y como resultado de todo, una frase maldita pero que ayudaba: A l’any que vé, Deu proveïrà. Hoy apenas confiamos en el futuro y decimos: A l’any que vé, pitjor. ¿Será así esta campaña que está a punto de iniciarse?
Poco hemos mejorado en cuanto a la problemática sobre el sector agrario en los últimos treinta años. Y como muestra, un botón.
En 1984 se celebró el Primer Congrés d’Economía Valenciana en Valencia y en una de las ponencias que presenté sobre la problemática del sector agrario castellonense, decía que existía “una excesiva parcelación y minifundismo”, “elevados costes de producción”, “un fuerte individualismo”, “resignación y mentalidad fatalista”, “elevado minifundismo en la comercialización interior y exterior”, “envejecimiento creciente de la población agraria y escaso peso del agricultor joven”, “escasez de empresarios que tengan la agricultura como ocupación principal”.
Y, además, “desvío del ahorro de la agricultura hacia otros sectores”, “escasez del crédito agrícola”, “nivel de mecanización inadecuado”, “escasez de profesionales”, “seguridad social agraria gravosa para el sector”, “casi nula contabilidad llevada por los agricultores”, “creciente escasez de agua”, “gran diferencia entre el precio percibido por el agricultor y el pagado por el consumidor”, “insuficiente profesionalización del agricultor”, “falta una adecuada comercialización en origen”, “relevancia de los efectos negativos de la climatología y de los hechos delictivos sobre los productos, propiedades y agricultores”, ...
Con lo anterior, no quiero dármelas de sabut, de adivino o de precursor porque, por desgracia, muchos de esos problemas siguen vigentes o se han acentuado; algunos, hay que reconocerlo, han mejorado.
Estamos en los prolegómenos de una nueva campaña citrícola en la que los agricultores prevén una producción inferior a la precedente en determinadas variedades y en la que nuestros principales clientes, Alemania y Francia, tienen crecimientos mínimos o decrementos de su PIB.
También está el veto del mercado ruso, pero éste hay que ponerlo en su justo terreno: apenas les vendimos la campaña pasada el 1% del valor total exportado de cítricos desde la provincia. Pero, dicho esto, hay que remarcar que debe ser un mercado de futuro importante por lo que algo hay que hacer.
Ante una nueva campaña, y sigue siendo así treinta años después, la inseguridad del agricultor (de los escasos que quedan o de los que se mantienen como empresarios agrícolas a tiempo parcial) se acentúa: climatología, seguros agrarios caros, fracaso de muchas cooperativas, desamparo del agricultor que va por libre, ausencia del apretón de manos como garantía del contrato y del precio de compra, poca implantación del contrato escrito, peor cualificación del collidor, muchos productores y exportadores y pocos compradores, insoportables costes de producción,…
Pero también se incrementan algo los profesionales que tienen a la agricultura como negocio, que invierten en nuevas variedades o en cultivos alternativos a los cítricos.
Ojala el cajón de sastre esta campaña nos dé sorpresas agradables; seamos positivos, aunque…