Enrique Domínguez. Economista.
Terminaba mi último artículo titulado “Promesas, promesas…”diciendo que “…Lo cierto es que gane quien gane y consensue con quien o quienes consensue, las promesas hechas en campaña se diluirán. Pero, ojalá ello permita que, por primera vez, se piense en serio en lo que es bueno para el mayor número de personas. Y se cumpla…”
Se dice que la política es el arte de lo posible. Yo añadiría “… de lo posible para la mayor parte de ciudadanos, aunque sin olvidar nuestro objetivo como partido”.
Y digo esto porque con la distribución de escaños del nuevo Congreso y con lo manifestado por cada uno de los partidos más importantes, es difícil pensar en coordinar líneas de trabajo o en poder alcanzar unos mínimos que permitan llegar a disponer de un gobierno con cierta estabilidad.
La campaña electoral ha dejado claro para muchos ciudadanos que hay unas cuantas leyes que deben modificarse y sobre las que es necesario acordar que deberían ser temas de estado con el fin de no modificarlas a cada cambio de gobierno: ley electoral, educación, sanidad pública, constitución, etc.
Entiendo que es difícil de asumir que, tras ganar unas elecciones o alcanzar unos resultados favorables, un partido tenga que ceder en bastantes de sus premisas, digo ceder y no renunciar, en los días siguientes por el bien superior del conjunto del país. Como dice una gran economista en su blog: “Yo también espero que haya vida inteligente en este nuestro país”.
Los dos grandes partidos, que apenas han superado en estas elecciones el 50% de los escaños frente al 73% en las anteriores de 2011, no han sido capaces mientras han gobernado de sentar las bases para corregir los problemas de la ley electoral o de consensuar como temas de estado asuntos como la educación, la sanidad, la trasparencia o la justicia. Y de aquellos polvos, estos lodos.
Si realmente hay vida inteligente en esos cuatro grandes partidos se podrá llegar a mínimos acuerdos de gobernabilidad; pero, seamos claros, muchas cosas han de cambiar para que el ciudadano perciba que realmente el político se preocupa por sus problemas.
Y también ha de haber vida inteligente entre los ciudadanos porque hemos de asumir que no son posibles desde ya todas las reivindicaciones del partido al que hemos votado.
Lo cierto es que el resultado de las elecciones marca un futuro político nada fácil y ello se ha traducido enseguida en un cierto ascenso de la prima de riesgo y caídas en la Bolsa; pero las exportaciones van bastante bien y el Banco Central Europeo sigue comprando deuda y para Bruselas las elecciones son un tema interno; también en Portugal se han dado cambios políticos.
No seamos catastrofistas y queramos ver que la inestabilidad va a echar al garete nuestro crecimiento. Crecimiento que se ha asentado sobre bases poco sólidas y que han criticado casi todos los partidos que ahora están en la horquilla parlamentaria.
Por tanto, señores dirigentes de los cuatro grandes partidos, ¿van a ser capaces de consensuar, de limar asperezas, de coordinarse aunque sin renunciar a sus objetivos de partido, de hacer comprender a sus electores que eso es lo que ahora toca por el bien de un mayor número de personas?
O ¿vamos a seguir queriendo el todo ya, caiga quien o lo que caiga, por ser fieles a los ideales de cada formación? ¿Seremos inteligentes?
Porque si no lo somos, unas nuevas elecciones estarán a la vuelta de la esquina y, a lo mejor, con argumentos que nos perjudicarán a la mayoría. Y mucha más inestabilidad económica.