Enrique Domínguez. Economista.
El pasado 26 de junio asistí a la presentación de las conclusiones de los foros convocados por el ayuntamiento de Castellón de la Plana para aportar ideas para la redacción de su futuro Plan General de Ordenación Urbana.
Una de las ideas que se formuló en varios de los foros se refería a la creación de un cinturón verde en el entorno de la capital. Mi primera impresión fue la de pensar que aquello ya existía, que era obvio: Toda la zona calificada como rústica del término municipal cumplía con esa característica de zona verde, aunque cada vez menos. Y ello debido al progresivo abandono de huertos de cultivo citrícolas por su negativa rentabilidad. Pero esto no es achacable al ayuntamiento que, incluso, está potenciando los mercados de la naranja durante la campaña citrícola.
Pero, casi inmediatamente, me acordé de mis caminatas diarias con mi mujer, algunas de ellas por la famosa ruta del colesterol y, casi al mismo tiempo, escuché, creo que al ponente del último de los foros, el de la sostenibilidad, hablar otra vez de la propuesta del cinturón verde y, lo sorprendente, de la existencia ya, real, de un cinturón marrón en la capital (pensé en la ruta del colesterol y en otras calles de la capital) y de su posible transformación en un cinturón negro (con una simple cerilla, sobre todo, ahora; y no es por dar ideas, que conste).
Seguramente no seré el último que inquiera sobre el peligro real del cinturón marrón que atenaza a la capital. Y, ¿por qué existe?. Es obvio. El afán desarrollista y la codicia constructora, unida a un PGOU que lo permitía y a unas previsiones de crecimiento demográfico exageradas junto a las expectativas de negocio, propició la venta de todas las hectáreas de cultivos que ahora están llenas de hierbas secas, de basura, de ratas y que son claros focos de contaminación. Y lo más peligroso, sin vallar y con el peligro siempre presente de convertirse en cinturón negro.
Hay, imagino, normas que obligan a vallar y sanear los solares urbanos; a mí mismo me pasó esto en mi localidad de nacimiento, Almassora, en la que el ayuntamiento me conminaba a limpiar un solar de desechos de una construcción en base al artículo 86 de la Ley Reguladora de la Actividad Urbanística so pena de llevar a cabo las actuaciones que correspondan, incluso la ejecución subsidiaria. Supongo que esta misma norma existe en la capital pero, parece que no se aplica en todos los casos. A lo mejor no se encuentra al actual propietario, a lo mejor ha quebrado y, seguramente, no somos muchos los que protestamos.
Pero el cinturón marrón está ahí y dice poco de Castellón como ciudad que pertenece a la red de ciudades limpias y a la de ciudades inteligentes. Pero, aunque el periodo de propuestas para el próximo Plan ya está cerrado, ¿por qué no pensar en convertir ese cinturón marrón propiciado por la codicia urbanística, en un nuevo cinturón verde sobre suelo urbano? ¿Por qué no transformar provisionalmente esas grandes extensiones marrones, con hierbas, basura y alimañas en muchos casos o como zonas de aparcamiento en otras, en los huertos urbanos de la capital?
No sé si esto es posible; no sé si se necesita la autorización de sus propietarios actuales (a los que parece no se les puede obligar, o no hacen caso, a que saneen sus parcelas de “próxima construcción”); pero, lo que sí sé es que cuando salgo a pasear por esas zonas, y más ahora con las temperaturas al alza, temo que algo puede ocurrir (como alguna vez ya ha pasado) y ver parte del cinturón marrón convertido en negro.
¿Le importa de veras a la ciudad ser un modelo de ciudad limpia o solamente sirve esto para determinadas zonas de la misma? ¿O es que los ciudadanos apenas nos fijamos en el entorno? ¿Por qué esperar a que se apruebe el nuevo PGOU, pudiendo, eso pienso, poder resolver en parte este problema de los cinturones de la capital?