Guillermo Miró. Ingeniero Industrial.
El otro día, rebuscando entre los libros de mi casa, encontré una mini biografía sobre uno de los creadores de la sociedad actual: Henry Ford. Aunque ahora explicaremos con más detalle de quién se trata, con este empresario me gustaría introducir una nueva sección (ya llevamos unas cuantas) donde contaremos las historias de personajes que, en mayor o menor medida, forman parte del Olimpo de la ciencia y la tecnología. Buscaremos personajes que, aún sin ser explícitamente científicos, han tenido protagonismo en la ciencia o la tecnología y han dejado huella perdurable en el tiempo.
Henry Ford fue un tipo especial. Nacido el 30 de junio de 1863 en Dearborn, Michigan, demostró desde muy joven unas condiciones poco comunes para la mecánica. Nada más terminar sus estudios secundarios en Dearborn, se trasladó a Detroit para trabajar como aprendiz de mecánico, aunque no mucho después regresaría a su pueblo, ganándose la vida como mecánico de máquinas de vapor y en la Edison Illuminating Company, de la que llegaría a ser ingeniero jefe. Sin embargo, su sueño empresarial era construir automóviles, así que después de algunos intentos frustrados creó en 1903 la Ford Motor Company, su gran legado.
Hasta ese momento, los pocos coches que se fabricaban eran artesanales y con precios prohibitivos. Sin embargo, Ford cambió completamente la estrategia: crearía un coche muy sencillo y popular, y sobre todo barato. Era realmente muy fácil de decir, pero extremadamente difícil de llevar a cabo. Para ello, tuvo que idear un nuevo modelo empresarial, basándose en dos pilares: fabricación masiva de todas y cada una de las piezas que componen un automóvil, de forma que al converger ordenadamente sobre la cadena de montaje se podían ensamblar a alta velocidad multiplicando la producción, y la concesión de unos elevados salarios a los trabajadores de sus factorías, que, al encontrarse con recursos económicos suficientes, de inmediato pasaron a ser los principales consumidores del propio Ford T. Estos dos puntos (ahora ya sólo el primero) han cimentado sin duda el desarrollo industrial del último siglo.
El Ford T fue todo un éxito. Tan sólo cinco años después de la primera unidad en 1908, Henry Ford era capaz de poner en la calle 25000 unidades anuales a un precio de 500 dólares (un operario cobraba 5 dólares diarios, con lo que el precio actual orientativo sería de 5000 euros). Con unos beneficios superiores a los once millones de dólares, se convirtió en uno de los hombres más ricos de EEUU.
A partir de este momento, sin embargo, Henry Ford no tuvo tanta suerte. Comenzó una campaña pacifista contra la Primera Guerra Mundial (1914-18) con poco éxito; y se desacreditó luego organizando campañas de dudosa calidad, como la propaganda antisemita que difundió en los años veinte o la lucha contra los sindicatos en los años treinta. Además, la gran recesión de los años 20, junto con la inmovilidad del propio Ford hacia otro modelo de negocio, provocó que el gran conjunto empresarial estuviera a punto de quebrar, por lo que tuvo que dejar paso a su nieto, que reflotó la empresa y la llevó donde está en la actualidad.
Henry Ford fue el hombre que desarrolló el estándar de sueño americano, el cual a día de hoy dista mucho de esa visión utópica, pero en aquel momento mejoró sustancialmente la vida de millones de personas. Como siempre, comentarios abiertos para dudas, opiniones… Hasta la semana que viene.