Noticias Castellón
viernes, 18 de octubre de 2024 | Última actualización: 20:19

Tinta curativa

Tiempo de Lectura: 3 minutos, 13 segundos

Noticias Relacionadas

Jesús Obiol (Jay Marshall). Artista y diseñador gráfico.

Hoy me he levantado con el deseo de pasar por un terapeuta muy especial, un terapeuta que mientras te inflige dolor, te cura una emoción, al menos ése es mi caso. Porque también los hay a los que se les insufla valor, o ascienden socialmente dentro de su comunidad, o simplemete soportan ese dolor por ser estéticamente, y a ojos de quien así lo entienda, más atractivos.

Mucha gente piensa que los que vamos tatuados somos un poco masocas, y no les falta razón, porque técnicamente nos estamos abriendo una herida en el cuerpo, pero, y repito que es sólo mi experiencia en este mundo, nos cierra las heridas emocionales. Yo recuerdo a cada tatuador que me ha tatuado, también recuerdo en honor de quien está tatuado todo lo que llevo, lo cual hace que sea incapaz, gracias a lo que sea, de olvidarme de esa persona. También recuerdo la conversación que mantuve con cada profesional de la tinta, el lugar donde se me realizó el tatuaje y lo que estaba haciendo durante el proceso.

Puedo entender a las mentes retrógadas que no quieren a una persona tatuada trabajando de cara al público, de verdad que puedo entenderlas, pero no comparto su opinión. Quizá mucha gente después de leer el primer artículo que publiqué en este diario se dijo: -Voy a seguir a este chico, me parece interesante su mantera de enfocar las cosas. Quizá esa gente deje de leerme porque voy tatuado, y no pienso que ir tatuado merme mis capacidades de escritura, comprensión, desarrollo, ni nada que impida que ejecute mi trabajo al nivel que yo mismo me exijo. Qué tendrá que ver que un cajero de un banco tenga una rosa tradicional tatuada en el dorso de la mano, con que realice la gestión que nosotros necesitamos, o un camarero, o un abogado que lucha a favor de nuestros intereses.

Voy a ir más allá, pongamos por ejemplo que llevamos a un hijo nuestro a su primer día de colegio y al profesor o profesora que le ha tocado a la criatura, le asoma, que sé yo, un lema del lateral del cuello con un nombre y una fecha, o una golondrina, o lo que sea. Planteense la situación, qué harían. Yo no haría nada, porque no me afecta el tatuaje, ahora bien, si ese docente no es bueno ya me daré cuenta con el tiempo y me quejaré a quien corresponda. Pero estoy totalmente convencido de que un alto porcentaje de padres se quejarían ese mismo día a la dirección del centro. Aunque claro, es un caso hipotético, porque no conozco a un docente que lleve partes del cuerpo visibles con ropa normal tatuadas. Pero espero de corazón que todo llegue.

En el siglo XXI, hacia el final del año 2014, en Castellón, España, todavía hay muchísima gente que no acepta el tatuaje. Sí que podrían llegar a aceptar un cuadro pintado en un estilo que no comprenden, pero si es bonito y pega con el salón, no hay problema, lo cuelgo y lo expongo. Pienso que hablo por todas las personas que llevamos algún tatuaje cuando digo que nuestros cuerpos son lienzos y por norma general homenajeamos sentimientos muy fuertes que no deseamos que desaparezcan. Admiro a muchos tatuadores internacionales, a muchos, pero para mí, a día de hoy, los importantes son los de mi ciudad. Son los terapeutas encubiertos de un mundo en el que el dolor desaparece con dolor. Son artitas de la tinta, de la aguja, del arte permanente, son artistas de la única cosa que nos llevaremos a la tumba.