Jorge Fuentes. Embajador de España.
Cualquier pretexto es bueno para esquivar comentarios sobre los eternos temas de la pandemia, el separatismo catalán/vasco, las mentiras del Gobierno, las revueltas anti sistema y otros de semejante y desagradable envergadura.
Hace tiempo que no hablamos de los Goya y del cine español. La concesión de los premios que tuvo lugar el sábado día 6, nos brinda una buena ocasión para tratar del asunto.
Sin duda el cine es una de las actividades que más se ha visto afectada por la Covid 19, aunque apenas se hable de ello sin duda porque nuestra industria cinematográfica representa un porcentaje mínimo en la actividad empresarial española, apenas el 0,6% frente al 20% del sector turístico y anejos. Las pérdidas sufridas por ambos sectores, el cine y el turismo, son semejantes y alcanzan el 75%.
Cuando reviso las veces que he asistido a una sala de cine en el último año, desde Marzo pasado, veo que solo he ido una vez y fue para ver la última película de Woody Allen, 'Riftin's Festival', producida en España y de la que ya les hablé en otra ocasión. Bien que lamento ese distanciamiento de las salas de cine. No es lo mismo ver una película en el sillón de casa, mil veces interrumpida, que hacerlo en la gran pantalla, muy acompañado y participando conjuntamente de los lances del film.
Pese a todo y gracias a Movistar y Netflix, he podido ver tres de las cuatro películas más premiadas de está última temporada, 'Las niñas', 'Adu' y 'La boda de Rosa'. La cuarta, 'Akelarre' se me escapó. En conjunto, nivel medio, aceptable aunque nada memorable.
Tiene mérito que pese a las tremendas dificultades del sector, con una retirada masiva de los espectadores y el cierre brutal de salas de proyección, contra viento y marea han seguido produciéndose películas en cifras más que respetables aunque sin alcanzar los 260 largometrajes producidos en cada uno de los últimos años.
Hay que aplaudir el esfuerzo de Antonio Banderas para organizar los Goya 2021, espectáculo que tuvo que montar prescindiendo del público y también de los nominados que mutaron su presencia física por la telemática.
Los Goya de este año tuvieron que plegarse a las exigencias sanitarias y también a las éticas por lo que quedaron excluidos también los humoristas habitualmente de mal gusto y con frecuencia escorados políticamente. Quizá Banderas hubiera podido prescindir también de los números musicales, alguno de los cuales como la versión de 'La Violetera' resultó deleznable.
Una parte del programa viene siendo difícil de suprimir o mejorar y es el capítulo de agradecimientos, normalmente excesivos, repetitivos, que alargan el programa innecesariamente y que, si expresados presencialmente resultan tediosos, telemáticamente carecen de sentido.
En conjunto, bravo por el cine español que ha mantenido el tipo en condiciones de extrema dificultad. Y bravísimo por Antonio Banderas que en ese difícil panorama ha conseguido ofrecer el espectáculo más digno de los últimos años, respetuoso y casi totalmente despolitizado. Por añadidura movilizó a sus amistades estelares de los cuatro rincones para que ensalzarán el cine español. No debe apenarse Banderas de que la audiencia del programa bajara respecto a la de años anteriores. Lo hizo en un 30%; menos de la mitad de la caída de la industria misma del cine.
Una salvedad: está muy bien que la presentación de los premios se vea exenta de bromas e insultos de carácter ideológico que, por lo demás, van siempre orientados en una misma dirección. Lo que resulta llamativo es que ninguna de las películas principales producidas en el último año hayan abordado alguno de los gravísimos asuntos que estamos viviendo en España y en el mundo. Hay que recordar que algunos de los grandes realizadores centroeuropeos como el polaco Andrzej Wajda, el checo Milos Forman o el húngaro Miklos Jancso, por citar tres entre cientos, fueron capaces de crear obras muy críticas contra sus regímenes en medio de la Guerra Fría y desde el lado duro del Telón de Acero.