Jorge Fuentes. Embajador de España.
No he sido nunca un teórico ni un filósofo de la amistad. Ni siquiera me he dejado impresionar por ese tipo de mensajes que con frecuencia recibo en mi móvil del género de "quien tiene un amigo, tiene un tesoro".
Nunca he presumido de tener muchos amigos, como hoy lo hacen algunos consumidores de las redes sociales que alardean de tener decenas de miles de amigos....virtuales.
Pero caigo en la cuenta de que sin proponérmelo, he sido capaz de conservar amigos de todas las diversas etapas de mi ya bastante prolongada existencia.
Cada año me reúno con los compañeros de Colegio, esos amigos a los que localicé después de décadas de mi deambular por el mundo representando a España y que eran capaces, cuando por teléfono les decía mi nombre, de recitar mis dos apellidos y mi número de teléfono de los tiempos de bachillerato.
Después de más de medio siglo sin vernos, hace pocos días conseguimos reunir en Madrid a una amplia representación de la XX promoción de la Facultad de Ciencias Políticas, una de mis licenciaturas y la que considero como mi verdadera Alma Mater. No fue fácil reconocer nuestros rostros en todos los casos, pero si recordar los magníficos años pasados juntos en la Complutense, la evocación de los compañeros fallecidos y el deseo firme de continuar nuestros encuentros al menos con carácter anual.
Reencontrar a los compañeros de la Carrera Diplomática, en su mayoría Embajadores jubilados, era particularmente relevante ya que durante las largas décadas de actividad, la propia esencia de nuestra profesión, nos mantenía permanentemente alejados a miles de kilómetros de distancia unos de otros. Ya nos lo anticipó el entonces director de la Escuela Diplomática, el Conde de Navasques, en la cena de despedida de la promoción hace medio siglo: la fotografía de aquella promoción tan unida seria difícilmente repetible en el futuro.
Colegio, Universidad, Carrera profesional. Pero, ¿Y luego?. Aparte de encuentros esporádicos con ex colegas extranjeros en distintas partes del mundo o con quienes fueron mis colaboradores en las Embajadas, debo decir que mi mujer y yo fuimos bien acogidos en el lugar en que, viajes aparte, hemos montado nuestro cuartel general.
Mi mujer, Cristina creó un Club Literario que cuenta hoy con cerca de un decenio de vida y ha sido capaz de desgranar lo más interesante de la literatura española, europea, estadounidense y sudamericana.
A través de mis tertulias en radio-televisión, de mis columnas en éste y otros diarios de la región, de mis charlas en distintos centros de la provincia y de nuestros paseos por las playas y calles de Benicasim, hemos labrado una pléyade de nuevos amigos, con quienes almorzamos con frecuencia en Peñiscola o tomamos un chocolate con porras en los días de mercado en Benicasim. Y entonces, a la manera de la magdalena de Proust, recupero el tiempo perdido desde mis desayunos durante los años universitarios en Madrid y Salamanca.
No he sido un teórico de la amistad pero si he llegado a ser un convencido práctico de sus valores y me siento feliz de contar con cientos de personas cuyo bienestar celebro, cuyas buenas y malas noticias lo son igualmente mías. Son mis amigos de aquí y de allí, de antes y de ahora, son mis amigos reales, de carne y hueso. Ni uno tan solo es digital.