Jorge Fuentes. Embajador de España.
Nunca la sociedad mundial ha estado tan pendiente de los fallecimientos que se producen diariamente como lo hace ahora a causa del coronavirus.
Día tras día se nos comunica el número de nuevos contagios, de altas y de defunciones. Tales estadísticas solo se llevan con parecido rigor, aunque por fortuna nunca han sido ni remotamente comparables, cuando se trataba de contabilizar las muertes por epidemias de gripe (45 diarias en los peores años), los accidentes de tráfico y los crímenes por violencia de género.
Oficialmente el número de fallecidos por el Covid-19 a día de hoy es de 289.101 y en España 26.920. Y aun cuando la pérdida de un ser querido, de un familiar o un amigo es siempre y en cualquier circunstancia, muy dolorosa, la forma en que murieron casi todos esos miles de personas durante la pandemia, sin poder estar arropados por sus familiares, fue especialmente trágica.
Confiemos en que los peores momentos de la crisis estén superándose y que si todavía algunas nuevas muertes por el fatal virus van a producirse, lleguen en condiciones más humanas, sabiendo el moribundo que podrá contar con el calor de los suyos, con un funeral y un entierro como exige nuestra tradición.
La muerte es un hecho inevitable. Es lo único inevitable que hay en nuestras vidas. Mucho más seguro que el nacer, un hecho éste sumamente fortuito. Nadie ha vuelto desde el más allá y quizá sobre esa certidumbre sé han construido las religiones en la seguridad de que nadie podrá desmentir cualquier imagen de ultratumba, ni el más creyente ni el más agnóstico.
Anualmente mueren en España alrededor de 425.000 personas, en su inmensa mayoría a causa de enfermedades circulatorias, tumorales o respiratorias. Entre esas tres dolencias se producen mas de 300.000 defunciones anuales. Ello significa que, aparte de las víctimas del Covid-19, habría que sumar mensualmente una cifra aproximada de 35.000 fallecimientos.
Tal como ha quedado señalado, seguimos con precisión los datos de los accidentes de tráfico (unos 1.100 al año, a los que habría que sumar otras 550 víctimas de accidentes aéreos) así como las 55 víctimas de violencia de género en su 90% mujeres asesinadas por sus parejas o ex parejas.
Los grandes olvidados de esta tenebrosa relación son los suicidas, que aun siendo España uno de los países en que las cifras son más bajas, alcanza el trágico número de diez personas diarias, 3650 al año, lo que multiplica por tres los muertos en carretera y por seis los accidentes aéreos.
A la luz de lo dicho y puesto que nadie hasta hoy ha alcanzado la inmortalidad, ni siquiera ha rebasado los 125 años de edad, dejando aparte al bíblico Matusalén, lo único que podemos desear y pedir a Dios, es tener no solo la mejor vida posible, sino también una buena muerte.