Jorge Fuentes. Embajador de España.
Si las elecciones andaluzas celebradas el pasado Marzo cambiaron el panorama político de forma considerable al meter en escena a dos nuevos partidos que ya se habían asomado tímidamente en las europeas, las consultas autonómicas y municipales del pasado día 24, han modificado el escenario español de forma rotunda. Quien haya pasado el mes de Mayo fuera de España se encuentra a su regreso con otro país.
Si hubiera que resumir el cambio en unas pocas cifras, habría que decir que el PP ha perdido dos millones de votos, el PSOE 700.000 que unidos a los votos huidos de IU y de UPyD han pasado a engrosar Ciudadanos y Podemos que poseen ahora la llave para gobernar o dar la gobernabilidad a sus eventuales aliados.
Aunque el PP ha obtenido más votos que ninguna otra formación, va a perder, con toda probabilidad (o acaso con toda seguridad) muchas de las autonomías que controlaba quizá con excepción de las de Madrid, Castilla León, Murcia, La Rioja, Ceuta y Melilla. Asi como numerosas alcaldías algunas tan significativas como Madrid, Valencia y Zaragoza.
Muy llamativa resulta la derrota en Castilla la Mancha, que parece conllevará la defenestración de la Secretaria General del Partido, María Dolores Cospedal. Y también la pérdida por CiU de la alcaldía de Barcelona, para ir a parar a manos de la variopinta Ada Colau, una política de difícil calificación.
Habrá que esperar varias semanas para ver como negocian los partidos y las alianzas que derivan de esas complicadísimas conversaciones. Desde ahora resulta ya evidente que el PSOE está dispuesto a pactar con todas las formaciones excepto con el PP. Su lectura de las “grandes coaliciones” en otros países le ha hecho comprender que en tales alianzas el partido menor es fagocitado por el mayor. A Sánchez le conviene no olvidar esa regla al pactar con Podemos que, en muchos casos, es la formación de izquierdas más fuerte.
Ciudadanos está dejándose querer aunque a veces han manifestado que solo pactarán si ello les da el mando en una autonomía o un municipio, una afirmación de imposible cumplimiento, por definición, en la mayor parte de los casos.
Podemos y sus asociados tienen buenas posibilidades para hacerse con el mando en las dos principales ciudades de España en las que han concentrado su esfuerzo electoral en la convicción de que ello les resultará rentable en las generales de fin de año.
Tras las elecciones europeas y andaluzas, el proceso de debilitación de los dos grandes partidos fue claro. Más lo es después de la consulta del pasado domingo. Si en un primer momento Rajoy parecía querer seguir con un “business as usual”, buscando reforzar la economía del país y afianzarse en Europa, ha tenido que cambiar de actitud ante la ola de dimisiones de sus barones y el runrún de sus correligionarios. Habrá algunos cambios aunque no el suyo propio que algunos reclaman. No hay tiempo. La gran esperanza para el PP es ahora que en los meses que distan hasta las elecciones legislativas los nuevos responsables autonómicos y municipales se desacrediten con políticas inviables. No es probable que así ocurra sino que por el contrario, los nuevos líderes esmerarán su prudencia para no verse penalizados en las últimas consultas del año, las catalanas y las generales.
Quedan aun un sin fin de dudas que habrá que analizar en el próximos días: la reacción internacional a los cambios en España en una constante comparación con Grecia, las consecuencias económicas del estado de inseguridad que se creará casi inevitablemente durante los próximos doce meses, el escenario regional que se dibujará en España y un largo etcétera.
El bipartidismo es un buen arreglo político y a España le ha deparado no pocos pros en las últimas décadas. También le ha traido algunos contras graves: la corrupción, el paro, el separatismo. El multipartidismo puede ser un mejor arreglo al permitir puntos de vista más plurales. Veremos si son capaces los nuevos líderes de mejorar el ambiente político ciertamente enrarecido.
¿Se ha equivocado el pueblo con su voto? Creo que la pregunta es inadecuada. En España se había producido un tal hartazgo de la clase política hasta ahora dirigente desde el advenimiento de la democracia que la olla debía reventar por algún lado. Suele decirse que la ciudadanía no se equivoca nunca. Esperemos que así será. Habría que añadir sin embargo, que aunque el pueblo hubiera errado y pronto lo sabremos, estaba en su pleno derecho a hacerlo.