Jorge Fuentes. Embajador de España.
Con las elecciones generales celebradas el pasado 20/D se cierra el proceso electoral más intenso y complejo de la democracia española que ha cargado sobre los sufridos hombros del votante la responsabilidad de ir moldeando -en Europa, en las autonomías incluidas Andalucía y Cataluña, en los municipios y finalmente en el parlamento, la forma en que debería ser gobernado nuestro país.
Visto el laberíntico fraccionamiento político, en que es aritméticamente imposible alcanzar una mayoría gobernante sin que los partidos tengan que renunciar a su esencia, el resultado del 20/D puede llevarnos a una primera conclusión y es que el pueblo se ha equivocado en su voto. No nos sorprenda: si los políticos se equivocan (¡y mucho!), si lo hacen los intelectuales y los científicos, ¿cómo no va a hacerlo el pueblo? Pero cuidado, el pueblo es soberano, es el que manda y por tanto está en su derecho a equivocarse.
Pero empecemos por el principio. Dentro del grandísimo enredo que han sido estas elecciones, los resultados desprenden unas obviedades que no deben ignorarse:
-El índice de participación, el 73%, ha sido alto pero no tanto como se esperaba. Ello ha beneficiado a los dos nuevos partidos cuyos seguidores estaban más decididos a votar que los de los partidos clásicos, cargados de dudas.
-El PP ha ganado las elecciones aunque perdiendo un tercio de sus votantes y escaños respecto al resultado de 2011.
-El PSOE con sus 89 escaños, ha sacado los peores resultados de su historia cruzando holgadamente a la baja la simbólica barrera de los 100 escaños.
-Dos partidos nuevos acceden al parlamento y lo hacen con fuerza. Uno de ellos, Ciudadanos, lo hace en solitario. El otro, Podemos, aglutinando varias marcas que le hicieron ganar alcaldías tan importantes como la de Madrid (con Ahora), Valencia (con Compromis), Barcelona (en Comu) o La Coruña (Marea).
-Varios partidos han desaparecido del Parlamento (UPyD, Unió) o casi (IU). Convergencia sigue a la baja y se ha transformado en Democracia y Libertad.
La expresión más utilizada en estos días es el vocablo ‘complicado’, que traducido en términos castizos significa enredo, caos o lío. Pero, ¿por qué se habla de complicación? Por la sencilla razón de que España en los últimos cuatro decenios se están volviendo progresivamente plural y ello se refleja en la aparición de nuevas formaciones políticas.
No cabe duda que es más fácil gobernar un país cuanto menos partidos existan en él, como es más fácil alcanzar el consenso entre dos que entre diez. Esto es obvio. Como sería aún más fácil si solo hubiera un partido que dictara lo que hay que hacer, pero entonces no podríamos hablar de democracia sino de dictadura.
La alternancia del bipartidismo, mal que bien, llevo a España hasta donde todos sabemos: un país en que la macroeconomía funciona bien (crecimiento del PIB, prima de riesgo a la baja, prestigio en la UE, solidez en el sector exterior), pero la microeconomía sigue dejando una bolsa de parados insoportable que alimenta un 20% de indignados que huyen del PP y del PSOE como de la peste.
Creo que para ese segmento de la población, que crezca la prima de riesgo, o suba la deuda externa o que desde Bruselas nos pongan mala nota importa poco. Incluso le parece problema menor que Cataluña y el País Vasco hagan sus referendo hasta que triunfe el sí. Los grandes conceptos son secundarios comparados con su pobreza, su paro, su desesperación y su urgencia por castigar a quienes consideran culpables: el gobierno del PP, su presidente y de paso toda la vieja política.
Esa es la España que va a asentarse en nuestro Congreso. Una España en la que quien gana en las urnas no tiene garantizado que vaya a gobernar; en que quienes defienden el orden constitucional tienden a anteponer sus intereses partidistas a la razón de Estado.
Teniendo en cuenta que quienes votan a los emergentes son los jóvenes urbanitas, es posible que los nuevos partidos, en especial Podemos hayan llegado para instalarse al menos hasta que el paro haya decrecido hasta límites europeos (el 5 o 10%) o la pobreza se haya erradicado, objetivos que hasta ahora los dos grandes partidos, en especial el PSOE, no han conseguido.
Los objetivos de Ciudadanos son más asumibles y en ese sentido, su entendimiento con el PP es más probable a medio plazo.
Todo ello dicho, lo que España necesita ahora, mientras siguen madurando las políticas de los recién llegados, mientras vemos cómo actúan en el Parlamento, en las autonomías y en los municipios que han conquistado, lo que España necesita es estabilidad y que los partidos constitucionalistas alcancen un consenso que permita formar un gobierno, preferiblemente con el partido que ganó las elecciones y con el líder que las condujo. El mundo tiene los ojos puestos en España. De que salgamos pronto y bien de la prueba depende que sigamos por el camino de la recuperación que empezó hace cuatro años. España no está para aventuras ni para experimentos.
Feliz Navidad y espero les haya tocado la lotería.