Jorge Fuentes. Embajador de España.
En la noche del Viernes 13, tuvo lugar en París un nuevo ataque del terrorismo islámico, un año escaso después del atentado contra la redacción de Charlie Hebdo que tanto nos conmocionó. Ahora el drama ha sido aún mayor. Tres comandos suicidas perpetraron diversas acciones en varios puntos del centro de la ciudad, focalizados en el club Bataclan (89 muertos), en cafés, en restaurantes y en los alrededores del estadio donde se jugaba un amistoso entre Francia y Alemania con presencia del Presidente Hollande. El número provisional de víctimas es de 131 más 320 heridos, 90 de ellos en estado crítico.
Un nuevo drama que algunos han comparado con el 11/S (ataque a las torres gemelas neoyorkinas) y otros con el 11/M madrileño. Una acción odiosa y despreciable que una vez más ha castigado a la ciudad más emblemática de Europa, que muchos consideramos como propia y que está vinculada a experiencias personales -estudiantiles, turísticas, comerciales, románticas- de tantos europeos.
No es de extrañar que el mundo se haya volcado en acompañar a Francia en su dolor que se siente compartido. Los principales monumentos de muchas capitales se han vestido con los colores de la bandera francesa. Las Embajadas de Francia se han convertido en altares improvisados en que se han depositado ramilletes, candelabros y banderas de solidaridad. Mi mujer y yo lo hicimos en la Embajada en Varsovia.
Hollande y Valls han insistido desde el primer momento en que los actos del 13/N son actos de guerra y que Francia está librando un combate frontal contra el terrorismo. Con frecuencia he señalado que desde que acabó la Guerra Fría que enfrentó al Este y al Oeste durante décadas, el mundo enfrenta un nuevo conflicto esta vez entre el Norte y el Sur, que tiene su principal eje entre Occidente y el Islam y que se retro alimenta con la estampida que los países del Sur operan a la desesperada hacia Europa, incluidos los del mundo Árabe en proceso de descomposición desde la infausta primavera de 2013.
Mientras que los propios países árabes -en especial los opulentos de la OPEP- se han preocupado por excluir de sus leyes la posibilidad de acoger refugiados, Europa otorga a éstos el derecho a venir a nuestro espacio, escoger país y exigir trabajo aunque el país de acogida tenga millones de nacionales parados.
Francia es un caso muy especial en que las minorías de inmigrantes de segunda y tercera generación mal integradas se cuentan por millones. El extrarradio de Paris suma cuatro millones de inadaptados fácil caldo de cultivo para las ofertas de las numerosas mezquitas de la región que les transformará de la noche a la mañana de parias en mártires.
Con una estructura social de ese perfil, que el gobierno francés este queriendo desempeñar un papel de gran potencia ejecutando en solitario operaciones militares en Siria contra la llamada Republica Islámica (RI) es encomiable pero encierra un margen de riesgo que los países no podemos correr irreflexivamente.
Los dirigentes franceses ya han continuado bombardeando campamentos de la RI y los yijadistas, han asegurado que seguirán actuando en Francia y otros países occidentales.
Europa debe tener mucho cuidado. Las sociedades multiculturales creadas están probando su disfuncionalidad. Reforzarlas con la llegada de nuevos refugiados aunque éstos no incluyan hoy terroristas activos, no cabe duda que en una o dos generaciones, cuando se hayan frustrado sus esperanzas iniciales se radicalizarán y provocaran nuevos dramas como el que hoy lamentamos en Paris, ayer en Londres, en Estambul y en Madrid.