Jorge Fuentes. Embajador de España.
Sin duda Fidel Castro fue uno de los grandes iconos del siglo XX, como lo fueron también, con mayores méritos, Kennedy, James Dean, Che Guevara, Marilyn Monroe y otros. Los jóvenes progre de los sesenta y setenta ahorraban para tener sus posters decorando sus dormitorios. Una de las muchas diferencias entre los citados y Fidel es que aquellos tuvieron que morir prematuramente para entrar en el preciado mundo de los mitos, en tanto que Castro ha tenido 90 años para mitificarse. O para desmitificarse. Por cierto, no olvido que Mao y Ho Chi Minh fueron también posters muy preciados por entonces. Los iconos no siempre son positivos.
Castro cambió durante más de medio siglo (y sigue) el destino de Cuba y de otros países de su entorno. Desde el fallido intento del asalto al cuartel de Moncada en 1953, las cosas no volvieron a ser nunca igual en la isla hasta hoy. La gran duda, la que divide a los cubanos y a muchos otros países del mundo es saber si la Cuba castrista es mejor o peor que la anterior o de la que hubiera podido ser.
Cuba, tras 1959, pasó a ser un país comunista sumándose al modelo de los que en Europa Oriental se vieron arrastrados por la Unión Soviética hacia un sistema que nunca hubieran adoptado voluntariamente, unos regímenes que resultaron catastróficos desde todos los ángulos.
El comunismo caribeño parecía una ‘contradictio in terminis’. Fundir la alegría caótica de aquel paraíso con la rígida autoridad impuesta por el marxismo leninismo hubiera hecho pensar que aquel experimento no podía durar ni un quinquenio. Ya lleva 57 años y aún le queda alguna cuerda. Raúl ha anunciado su retiro en 2018 y aunque quiere dejarlo todo bien atado quizá en manos de su propio hijo, muchas razones inducen a pensar que el castrismo deberá ir en declive.
En realidad debería haber empezado a decaer cuando en 1989 desapareció el Telón de Acero junto con la URSS soporte político, militar y económico -Moscú ha transferido a la isla el equivalente de cinco planes Marshall- sin cuyo apoyo se pensó que Castro no resistiría.
Cuba fue durante medio siglo un satélite de Moscú emplazado a escasos kilómetros de los EEUU. La gran pregunta es cómo Washington toleró esa peligrosa vecindad. Cuesta creer que, de habérselo propuesto la potencia norteamericana, no hubiese podido acabar con ese molesto vecino. Aunque Fidel decía que había logrado sobrevivir a más de 600 atentados es probable que para los EEUU, Cuba era una prueba del respeto y la tolerancia que caracteriza al mundo libre.
El imperfecto régimen cubano dio como resultado una economía pobre, una sociedad indigente aun con algunos resultados favorables en educación, sanidad, cultura y deportes. A esos pros y contras hay que añadir los 2.5 millones de cubanos que se vieron forzados al exilio y que, quienes se quedaron en la isla oscilaron entre el halago al régimen y la lamentable pobreza de sueldos de 20 dólares al mes con la cartilla de racionamiento más triste que quepa imaginar.
España mantuvo excelentes relaciones con Cuba. Franco solía decir que no podía romper relaciones con un líder que se llamaba Castro y cuyos padres, gallegos, emigraron a Cuba solo un año antes del nacimiento de Fidel. Cuba, como Puerto Rico guardaron para España toda la nostalgia de sus antepasados y cargaron sobre los EEUU las críticas del colonialismo.
Fidel fue una fuerza de la naturaleza. Había que oír y ver sus discursos de entre 4 y 8 horas sin leer ante las abarrotadas Naciones Unidas o en la plaza de la Revolución de La Habana. Castro situó a Cuba como uno de los países mejor identificados del mundo, muy por encima de su superficie y población, logrando el respeto y mimetismo de muchos otros pueblos de su entorno. Quizá ello explica la aceptación del castrismo de aquellos cubanos jóvenes y viejos que sentían en sí el orgullo de la revolución que sin embargo, había causado cientos de miles de muertes y una pobreza económica y moral alarmante.
Culpar de tal fracaso económico al embargo norteamericano es errar el tiro. Los EEUU era el quinto socio comercial de Cuba país que tenía acuerdos comerciales con 26 naciones.
Está bien ser respetuoso con todo ser humano a la hora de su muerte. No por ello debe disfrazarse su figura y su obra. No nos debe caber duda de que Castro fue un revolucionario y un dictador a quien ‘faltó tiempo’ para convocar elecciones libres, construir una democracia y sacar de la pobreza a un país que era el tercero en nivel de bienestar en 1959 y que hoy se encuentra en el furgón de cola del continente.