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jueves, 21 de noviembre de 2024 | Última actualización: 19:52

Las marcas

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Jorge Fuentes. Embajador de España

Luis Gil nunca ha sido un entusiasta de las marcas. En realidad, las ignora casi todas. No es consciente de que determinada marca de zapatos mole más que otra. Es suficiente con que los zapatos sean cómodos, ligeros y que tengan el color adecuado. Pueden ser marrones a lo largo del día, pero solo negros a partir de las cinco de la tarde.

Lo mismo le ocurre con las camisas. Las prefiere blancas, tradicionales, con botones en los puños para evitar el engorro de los gemelos, abrochadas hasta el cuello y la mayor parte del día con corbata que es como ha pasado casi toda su vida profesional.

Muchos de sus amigos no se visten más que con lanillas o tweed ingleses, pero a Luis le es indiferente la franela, la alpaca o el lino. Evita concienzudamente seguir la moda que un día le impondría solapas anchas hasta el límite de las hombreras con pantalones acampanados y al siguiente, todas las prendas deberían ir escurridas.

A Luis le gustaba vestirse al margen de las modas, con trajes que pudiera llevar hoy sin llamar la atención y que pudiera haber llevado, como seguramente fue el caso, treinta años antes, sin que hubiera tenido que modificar las hechuras por no haber variado su peso ni en un gramo.

Hay dos objetos, sin embargo, en que Luis tiene muy claras preferencias: los automóviles y las plumas estilográficas. Con los coches y puesto que durante su vida profesional ha podido disfrutar de vehículos oficiales serios y espaciosos, podía permitirse el lujo de algunos caprichos y optaba siempre por vehículos pequeños y algo frívolos tales como el Volskwagen Escarabajo convertible, el Chrysler PT Cruiser imitando los coches americanos de los tiempos de la Ley Seca y los descapotables británicos de mediados del siglo XX.

Pero su mayor concesión a las marcas se daba en las plumas estilográficas. Solía repetir que se sentía incapaz de escribir si no lo hacía con una estilográfica -nada de lápices o bolígrafos- que, por añadidura, estuviera cargada con tinta negra. No podía tratarse de cualquier pluma; debía ser una MontBlanc aunque, eso sí, podía ser de cualquier modelo.

Conocedores de esta afición, su mujer, sus hijos, sus amigos, sus colaboradores siempre sabían qué regalarle: una MontBlanc, nunca defraudaba.

Aunque tenía una favorita. Se trataba de una pluma pequeña, de unos diez centímetros de largo y con una plumilla contractil. Con ella había escrito cientos de páginas y no había fallado nunca.

En una ocasión, a raíz de un viaje de vacaciones, la extravío. Pasó meses buscándola obsesivamente. Hasta soñaba con ella, imaginando que le habría caído en alta mar. Y cuando ya la daba por perdida y pensaba comprar una sustituta, reapareció, como es lógico, en algún bolsillo de la maleta que había usado en el viaje.

Contagió su gusto por las estilográficas a muchos de sus jóvenes colaboradores con lo que los escritos a mano y con tinta negra se identificaron con el Departamento o la Embajada que dirigía.

Pasaron los años, muchos años, pero el gusto de Luis por las estilográficas no ha variado. Hace poco, tuvo que escribir una nota a uno de sus antiguos jóvenes colaboradores, a la sazón convertido en un Alto Cargo en el Ministerio de Asuntos Exteriores.

La escribió naturalmente a mano enviando la misiva por correo postal. Pensaba que la respuesta llegaría igualmente por el mismo conducto al buzón de su casa de jubilado. Pero he ahí que el tiempo no pasa en balde. La respuesta le llegó afectuosa y pronta. Pero no lo hizo a través de su buzón sino por un sms a su muy Inteligente teléfono celular.