Jorge Fuentes. Embajador de España.
A raíz de los recientes atentados terroristas en Berlín y Estambul y evocando el aún más grave ocurrido en Niza en Julio pasado, hemos oído y seguiremos oyendo muchas reflexiones de todo género que sin duda nos llevan a pensar en el mundo en que vivimos, un mundo en crisis, inseguro, en que pocas cosas podemos dar por sentadas ni en terreno político (la supervivencia de la Unión Europea, la unidad de España), ni en lo económico (la prosperidad de los países de nuestro entorno), ni en lo social (el mantenimiento de nuestras pensiones, de nuestros puestos de trabajo, la cohesión familiar).
Acaso uno de los puntos más frágiles de nuestras vidas, sea precisamente el riesgo en que nos encontramos como consecuencia de la aparición del nuevo terrorismo, una nueva forma de guerra que vuelve el ataque del enemigo cada vez más probable, más cercano y menos previsible.
Hasta fechas recientes, los terroristas escogían como escenario para la agresión los aviones, los trenes, los teatros, las discotecas, los estadios, las iglesias, los restaurantes, los mercados; en definitiva, los lugares donde había grandes concentraciones humanas. Las bombas y las ametralladoras eran los utensilios más utilizados.
La movilización de las fuerzas de seguridad de los estados protegiendo aquellos lugares han llevado a los terroristas, sin abandonar los antiguos objetivos, a buscar nuevos métodos cada vez más sencillos tales como el robo de vehículos, el uso de armas blancas (hachas, cuchillos, machetes), o la agresión individualizada, con lo que la prevención se vuelve cada vez más difícil.
Estos ataques, con creciente frecuencia perpetrados por 'lobos solitarios' pueden variar de la noche a la mañana de forma que si crece la vigilancia y el control de los camiones, los terroristas pueden decidir utilizar vehículos de menor envergadura pero igualmente mortíferos. Resulta imposible proteger todos los lugares donde existen densas concentraciones humanas y más aún si el ataque se realiza contra víctimas individuales.
Hemos oído decir muchas veces a nuestras autoridades que el objetivo del terrorismo es cambiar nuestro estilo de vida quebrando nuestras libertades. Un político español residente en Bruselas, evocando las fechas siguientes a los atentados en aquella capital, alardeaba de que los belgas se habían encerrado en sus casas y que en cafeterías y restaurantes bruselenses solo se veía a españoles, más confiados gracias a la eficacia de nuestra policía y a la paz de la que gozamos en nuestro país.
En la coyuntura actual, no es cuestión de sacar pecho y presumir de coraje. Tampoco lo es de escondernos en nuestras casas. Seamos realistas: ningún país del mundo puede ahora sentirse seguro. Los terroristas pueden actuar en cualquier lugar de forma que lo último que debemos hacer es presumir de valor. No olvidemos que el instinto de supervivencia es el que con más fuerza mueve al ser humano.
Por ello, más bien lo contrario sería conveniente: tener una dosis considerable de prudencia, evitar las aglomeraciones, adoptar una actitud preventiva, dejar de pensar que "esas cosas" solo ocurren en otros países. El 11-M de Atocha fue el ataque más sangriento que ha tenido lugar en Europa hasta el día de hoy. Ojalá no se repita nunca más.
Y admitir que de algún modo nuestras vidas ya han cambiado considerablemente. No es lo mismo ir libremente a la Puerta del Sol de Madrid a tomar las uvas en Nochevieja que tener que hacerlo pasando mil controles policiales y vigilados por todas las fuerzas de seguridad del Estado.