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viernes, 22 de noviembre de 2024 | Última actualización: 22:28

Dos modelos de Estado

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Jorge Fuentes. Embajador de España.

Por razones profesionales o familiares, he estado muy en contacto con la realidad de los Estados Unidos desde 1978 hasta hoy. Cuarenta años de vida que en Washington han sido conducidos por siete Presidentes (Carter, Reagan, Bush Sr, Clinton, Bush Jr, Obama y Trump), cuatro de ellos Republicanos y tres Demócratas.

En ese período ocurrieron algunas novedades que, al menos en apariencia, marcaron ese casi medio siglo de Historia: dos Presidentes (Carter y Bush Sr) no fueron reelegidos; otros dos pertenecieron a una misma familia (los dos Bush); en ese tiempo se produjo uno de los grandes escándalos en la vida de la Casa Blanca (el 'affair' Clinton-Lewinski); un candidato afroamericano accedió a la Presidencia y por último un híbrido republicano-independiente-populista manda en el país desde 2017.

Con ser llamativo todo ello, lo es menos que el paisaje que los EEUU ofrecieron en la etapa inmediatamente anterior en que un mandatario fue asesinado (Kennedy), su sucesor no se presentó a reelección (Johnson), el siguiente fue defenestrado (Nixon-Watergate) y quien le sucedió tampoco pudo repetir (Ford).

Me atrevo a decir, sin embargo, que de las once Presidencias mencionadas, la más excepcional, la más sorprendente es la que actualmente desempeña Donald Trump.

En los EEUU, todos y cada uno de los Presidentes se apresuran a afirmar desde el día uno de su mandato que van a ejercer el mando sobre todos los ciudadanos del país, sean éstos Demócratas o Republicanos, sin distinguir el sentido de sus votos. Habitualmente es difícil cumplir dicha promesa pero durante el mandato de Trump ello está resultando particularmente complicado.

Los millones de americanos que no le votaron se sienten  mal representados y aunque Trump mantiene unos índices de fidelidad de sus votantes altos, no acaba de convencer ni a unos ni a otros. Pocas veces en su Historia, el país se ha sentido tan dividido como lo está ahora.

Lo que ocurre es que no solo de política vive el hombre y los EEUU siguen adelante con sus grandezas y sus defectos. Durante meses la Bolsa pareció aplaudir a su nuevo Presidente y el paro disminuyó de forma significativa. Las regiones más deprimidas encontraron una vía de recuperación y en este sentido la ciudad de Detroit es todo un símbolo y la empresa Shinola, su bandera.

Pero luego, el Dow Jones comenzó a declinar, como también lo hicieron los índices de popularidad de Trump y el Presidente recurrió una vez más, como lo habían hecho sus predecesores, al uso de las armas y bombardeó Siria con el apoyo de May y Macron que -junto con Merkel- son los líderes europeos que más cuentan para los EEUU.

Pese a sus altibajos, los EEUU es un gran país, con un arreglo socio-económico muy distinto a los europeos; así, por ejemplo, en América no existen pensiones de jubilación, tampoco hay cobertura médica pública siendo la enseñanza universitaria  de un costo privativo. En esas condiciones cabe preguntarse: ¿en qué se gasta el Estado los altísimos impuestos que recauda? La respuesta es: en casi todo lo que, para bien o para mal, no se gasta en Europa: en armamento, en investigación, en infraestructuras.

El resultado, con Trump o sin él, es satisfactorio pues ha conducido al país a ser la primera potencia mundial, a poseer la mejor medicina y las más competitivas universidades del mundo, a poseer magníficos museos, bibliotecas, escuelas, carreteras, ferrocarriles, aeropuertos, a tener una industria cinematográfica enorme, una industria potente y un mercado laboral fluido y envidiable.

Es decir que, en este país, si uno tiene la suerte de nacer con la cabeza bien amueblada, con disciplina y ambición podrá arreglarse la vida más que bien sin tener que esperar que el Estado se la resuelva. Por el contrario, en América, si alguien quiere vivir del cuento, de las subvenciones  y de la mamandurria, lo tendrá crudo. Pienso que cualquiera que fuera corto y sin recursos, se vería más arropado en Europa pero si fuera listo y con empuje, escogería abrirse paso en los EEUU.

Y es que Norteamérica es el país capitalista por excelencia, en tanto que en Europa triunfa la socialdemocracia aunque con frecuencia la apliquen los que dicen ser de derechas. O de centro.