Jorge Fuentes. Embajador de España.
Desde el comienzo de la Guerra Fría en la década de los cuarenta, nuestro continente se ha visto permanentemente sumido en lo que Kissinger calificó de la esquizofrenia europea. Basaba su poco amable pero certero diagnóstico en que cuando Washington y Moscú tensaban su relación, las dos potencias iban a dirimir sus diferencias combatiendo en nuestro suelo. Por el contrario cuando llegaba una etapa de deshielo Europa se temía que, en su abrazo, las potencias iban a aplastar al pequeño continente emplazado en medio.
Con la ruptura de la URSS, el bipolarismo en el dominio mundial se convirtió en un unilateralismo en que los Estados Unidos dominaron el mundo en solitario y en todos los terrenos: el político, militar, económico, científico y cultural.
Para bien o para mal, desde Ronald Reagan hasta Bush Jr, los EEUU ejercieron de gendarme mundial, un papel que ha venido desempeñando hasta que las dos potencias conocieron la entronización de Barack Obama y Vladimir Putin.
No sería justo decir que los Estados Unidos se han difuminado de la escena internacional pero lo que si han hecho es variar el tono de su protagonismo. Es como si el Nobel de la Paz "preventivo" que le fue concedido a Obama al principio de su mandato hubiera condicionado su política exterior.
La reorientó Obama al apaciguamiento en el continente americano tras restablecer relaciones diplomáticas con Cuba cortadas durante medio siglo y procurando también aproximarse a Argentina tras el fin de la lamentable era Kirchner.
Se empleó también en asuntos medioambientales lo que propició la firma del tratado de París para prevenir el cambio climático y el calentamiento global, haciéndolo de la mano de China, país con el que también ha logrado un mejor entendimiento.
Europa, por el contrario, ha caído en un cierto olvido en especial cuando nuestras crisis se encontraban demasiado cerca de la esfera de Moscú como fue el caso de Ucrania que sigue sumida en un conflicto sin que Rusia haya tenido más resistencia que unas sanciones económicas que, como suele suceder, castigan tanto al que las impone como al que las recibe.
Igualmente en la lucha contra el terrorismo, tras haber acabado con Bin Laden, Obama parece haber perdido la iniciativa, en especial en Siria, país aliado de Moscú en que el ejército ruso posee fuertes bases.
La política de Obama puede ser considerada como de apaciguamiento y prudencia. Por el contrario Putin que en su primer mandato presidencial tuvo que enfrentar a unos Estados Unidos indomables, ha aprovechado la nueva actitud norteamericana para reaparecer como gran potencia. Recupera Crimea cedida por la Rusia de Kruschev en unos tiempos en que parecía que la URSS iba a ser eterna y apoya sin complejo a la minoría rusa del vecino país cuya mayoría desearía integrarse en la Unión Europea.
Respecto a su actitud en Siria, lo que preocupa a Putin -y no sin razón- es que se reproduzca en ese país esencial para su presencia en el Mediterráneo, el caos surgido en la región tras la llamada Primavera árabe que ha dislocado países como Libia, Egipto, Yemen, Túnez y la propia Siria.
Confiemos en que las dos potencias y la Unión Europea, lleguen a un acuerdo propiciando una salida medio airosa a al-Asad, responsable de un intolerable genocidio, expulsando al yihadismo y logrando una cierta estabilidad en el país que permita el retorno de los miles de refugiados que mueren o malviven en su estampida.
El mandato de Obama toca a su fin. Parece seguro que Trump y Clinton disputarán la presidencia a fin de año. Ninguno de los dos es el candidato ideal que hubiera sido deseable para los EEUU. Hay que confiar que el gran aparato político y administrativo que rodea la Casa Blanca permitirá a los EEUU seguir siendo el gran país que siempre fue.
Putin a su vez tiene cuerda para rato. Nada le impedirá seguir oscilando entre la Presidencia y el Primer Ministerio como lo ha venido haciendo en los últimos años.