Jorge Fuentes. Embajador de España.
La obra reciente de Javier Cercas ‘El impostor’ aborda un tema de permanente actualidad como es la tentación frecuente de reescribir nuestra biografía.
Después de trabajos tan acertados como ‘Soldados de Salamina’ y ‘Anatomía de un instante’ en que Cercas analiza dos momentos importantes de la reciente historia de España –la guerra civil y la quiebra de la transición por el 23-F- se zambulle ahora en la odisea de los deportados españoles en los campos de concentración nazis.
En ‘El impostor’ se narra la trayectoria de un nonagenario catalán, Enric Marco, que partiendo de una modesta posición social de mecánico, salta al estrellato político como presidente del sindicato anarquista CNT y líder de la asociación española de prisioneros del nazismo, falsificando etapas de su biografía que le situarían en el campo de Flossenburg durante la segunda guerra mundial.
En esta ocasión más que nunca, Cercas utiliza aquel pretexto para bucear en un aspecto de la naturaleza humana de gran importancia: la tendencia del individuo a falsificar su biografía, a modificar su curriculum, a reescribir su pasado. En España y en el mundo he conocido a muchas personas que de un modo u otro podrían encontrarse en la legión de los impostores. Mi admirado Woody Allen trató este gremio en su inspirada película ‘Zelig’, que les recomiendo. En ella un curioso personaje aquejado de un extraño síndrome de empatía se convertía en un rabino si conversaba con un judío, se volvía afroamericano si se encontraba junto a un negro, o en un nazi en la proximidad de las masas hitlerianas. Aquella rarísima habilidad/enfermedad convirtió a Zelig en un tipo excepcional en la sociedad norteamericana de la primera mitad del siglo XX, una sociedad en que todo era posible para personas flexibles, moldeables y acomodaticias al espíritu capitalista dominante en los años del anticomunismo macarthista.
Hoy estamos viendo en nuestro entorno a gentes que buscan medrar por procedimientos próximos a la impostura: personas que engordan sus curricula con doctorados y colaboraciones que nunca realizaron, con presencia en eventos que nunca pisaron –el ‘contubernio’ de Múnich, la revolución de Mayo del 68, las manifestaciones anti franquistas- y, lo que considero la mayor de las imposturas, fingiendo ser ejemplares cuando en realidad son corruptos.
No se me ocurre mayor falsificación biográfica que dedicar la propia vida al servicio público, a la actividad política un menester que por definición debe buscar el bien de la sociedad, cuando lo que se está haciendo en no pocos casos es buscar el modo de enriquecerse esquilmando al sufrido contribuyente por alguna de las múltiples vías que ha encontrado : la prevaricación, la percepción de comisiones ilegales, el blanqueo de capital, el disfrute de tarjetas negras, los sobresueldos pactados, las pensiones máximas logradas con escasos años de trabajo, las indemnizaciones millonarias, las puertas giratorias o los grandes cargos reservados a los ex.
Los políticos que roban, los empresarios que explotan desmesuradamente a sus obreros, los banqueros que abusan de los ahorros privados, los jueces que prevarican, son, cada uno de ellos impostores. Acumulan en cada caso dos oficios. Pero, querámoslo o no, uno de ambos oficios predomina sobre el otro. El político que roba es un ladrón y siguiendo el mismo razonamiento, nos encontramos ante explotadores, abusantes y prevaricadores. Piensen en muchas otras profesiones y comprenderán que en la sociedad hay mucha impostura y que en el fondo es todo un problema de algo tan simple como la decencia y la ejemplaridad.