Jorge Fuentes. Embajador de España.
Desde un punto de vista ético, es bueno y saludable pedir perdón como también lo es perdonar. Habría que perdonar siempre como Dios nos perdona no siete veces sino setenta veces siete, es decir, se nos perdonará tantas veces como lo pidamos siempre que lo hagamos con sincero arrepentimiento y propósito de la enmienda. Todo esto está muy bien en el terreno espiritual pero está mucho menos bien en el plano político.
Se puede perdonar una vez como cuando el Rey Juan Carlos –siguiendo el ejemplo de su prima Isabel de Inglaterra- nos pidió disculpas por la cacería en Bostwana. Era un caso absolutamente único en la historia de la monarquía española y aquello sorprendió e impactó a la ciudadanía que en los días siguientes mejoró su consideración de la institución monárquica.
El sector político, por el contrario, no está en condiciones de pedir perdón. Serían tantos los partidos, las instituciones, las organizaciones, las personas solicitantes de perdón que aquello se convertiría en una letanía grotesca e inútil. Ni aquellas gentes están en posición de súplica ni el sufrido pueblo lo está en capacidad de perdonar. Ya no es momento para ello. Ya ha perdonado y se ha sacrificado demasiado.
Quizá aun fuera posible hacerlo si todos los latrocinios perpetrados, los compromisos incumplidos, las justicias no efectuadas, fueran rectificados empezando por la restitución de hasta el último céntimo espoliado incluidos los que afectan a obras públicas inútilmente realizadas con dinero del contribuyente.
No, ya no es tiempo para el perdón. Ahora es tiempo para intentar ir hacia una regeneración democrática que me temo debería pasar por la renovación de la mayor parte de los actuales líderes políticos, quemados individual y corporativamente.
En esta difícil operación habría que ser racionales y fríos, deslindando nuestras preferencias de las realidades. Por ejemplo: habrán ustedes adivinado que mi admiración por una formación como “Podemos” y por sus líderes es muy limitada; debo, sin embargo, reconocer que aun no están quemados y son los únicos que, con seguridad, se mantendrán a flote en las próximas elecciones generales. Con casi igual certeza apostaría por Ciudadanos, UPyD y quizá también por VOX.
Por el contrario, no veo el futuro en su actual diseño, de los partidos clásicos que en estos casi cuarenta años se han desgastado penosamente hasta llegar a los niveles actuales y que requieren una urgente renovación. En el caso del PSOE lo único que se ha hecho es cambiar a ZP y Rubalcaba por dos nuevos líderes –Pedro Sánchez y Susana Díaz- sin que nada del fondo haya variado y sin que su desprestigio ante la opinión pública haya cesado de crecer.
El caso del PP es igual de difícil ya que sin tener partidos rivales en su sector ideológico, como lo tiene el PSOE, sigue también perdiendo votos. Un partido y un liderazgo no se improvisan, de ahí el mérito de “Podemos” que en cuestión de meses pasó del cero al infinito. En la derecha española VOX intentó corregir algunos de los defectos evidentes del PP pero la fuerte estructura de éste no permitió a VOX arrancar con buenas esperanzas de futuro.
Puede ser que en las próximas generales se forme un pacto de perdedores y que PP y PSOE se apiñen para salvarse del incendio. Ya les dije que, visto lo visto, ese me parecería el mal menor. Por el momento resulta patético ver a sus dos líderes dándose palos en el Parlamento en una escena que recuerda el duelo goyesco a garrotazos ¿Hasta cuándo el “Y tú más”?