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jueves, 21 de noviembre de 2024 | Última actualización: 22:28

Puigdemont y Torra

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Jorge Fuentes. Embajador de España.

Hace algunos meses, a mediados de febrero, publiqué en este mismo diario, una columna en la que bromeaba sobre la propuesta del duo Puigdemont-Junqueras de crear para Cataluña una presidencia dual. La primera de ellas, con visos monárquicos tendría su sede en el exilio bruselense; la otra, con carácter ejecutivo, podría instalarse en Estremeras.

Aquello sonaba al gran disparate del 'Procés' y sin embargo se está cumpliendo casi al pie de la letra con algunas ligeras correcciones:

-La jefatura del estado catalán no estaría instalada en Bruselas sino en Berlín gracias a la colaboración de la judicatura alemana con los secesionistas.

-La presidencia ejecutiva no estaría en la cárcel sino en la Generalitat y se vería representada por un títere designado por el fugado, que responde al jocoso nombre de Quim Torra que suena como un cocktail de chistorra y tintorro ¡Cuánto mejor le hubiera ido una denominación en castellano, Joaquín Torra!

El ciudadano Torra parece ser de profesión abogado y escritor aunque si todo lo que escribe son los cibernéticos chascarrillos anti españoles, no le veo futuro en este noble menester. Por cierto, se trata de un President más que provisional ya que no podrá ocupar ni las estancias dedicadas y reservadas al fugado Puigdemont para simbolizar que nunca se aceptó su defenestración.

-Los gastos que en febrero atribuía en mi artículo a cada una de las dos figuras (unos 200.000€ mensuales) quedaron claramente cortos al menos en lo que respecta al huido, que contando el alojamiento berlinés, el de sus guardaespaldas, los vehículos que utiliza, los desplazamientos de su familia, el alquiler de la residencia de Waterloo y otros gastos, más que duplica la cifra apuntada.

Pocas veces a mi regreso a España después de una ausencia de varias semanas he encontrado el país tan convulsionado: la presidenta de la comunidad de Madrid dimite finalmente tras dos meses de agonía y ya será difícil saber si lo hizo por su master falseado o por hurtar -hace seis años- dos frascos de crema por valor de 40€.

La sentencia de 9 años de cárcel a los componentes de la Manada despierta una airada reacción popular y un debate sin precedentes sobre el Código Penal.

Y lo más grave es que el cabreo inicial contra la judicatura belga se ha ampliado ahora a mosqueo contra la alemana. A este paso nuestro Tribunal Supremo se va a quedar aislado en Europa.

Solo nos faltaba eso, enemistarnos con nuestros mejores amigos y con el gran mandamás de la Unión Europea. Seamos sensatos, si en España hemos judicializado la política lo que no podemos esperar es que Europa haga lo mismo. En la UE existe ya una cierta solidaridad política que funciona bien -entre otras razones gracias a una buena acción diplomática que supo explicar a los dirigentes europeos lo que se estaba cociendo en Cataluña- pero no existe una solidaridad judicial que allí como aquí es independiente de los respectivos poderes ejecutivos.

El nuevo nombramiento de un President catalán, no investigado judicialmente pero con el colmillo retorcido mordiendo todo lo que sea español, como no modifique su actitud, cosa harto improbable, conducirá a la reposición del 155 y con el duo Torra y Torrent en la cárcel.

Quizá sea esto lo que pretenden los secesionistas: llenar las cárceles de sus seguidores y crear un clamor internacional que impulse el 'Procés'. Al Gobierno español le corresponde tomar la iniciativa y vencer no solo la batalla política sino también la de la opinión pública y la judicial.

Y entre tanto, si hay un intento de insistir en el 'Procés', controlar hasta el último euro, reponer el 155 con mayor firmeza que se hizo en la primera etapa, es decir, que abarque el respeto al idioma español, el gasto autonómico y el control de los medios informativos catalanes con la supresión de TV3. A fin de cuentas Valencia fue capaz de clausurar el ruinoso canal Nou aunque ahora haya reaparecido de la mano de Puig y Oltra, más catalanizado que nunca. Un ejemplo a no seguir.