Jorge Fuentes. Embajador de España.
En estos días se habla mucho de Thomas Cook, aquel carpintero inglés que construyó el segundo turoperador más importante del mundo, con más de doscientos hoteles y cien aviones propios.
Cook concentraba el 10% del turismo que venía a España y el 20% del que se dirigía a nuestras islas Canarias y Baleares.
Desde que días atrás se declaró la quiebra de la empresa por su incapacidad de hacer frente al pago de una deuda en España de 200 millones de euros, el sector turístico español tiembla pues puede afectar no solo a la hostelería sino a todas las actividades vinculadas al turismo como son los restaurantes, cafeterías, transportes, servicios, alquiler de automóviles y comercio en general.
Afectará también al conjunto del PIB y a los niveles de empleo y de afiliación a la seguridad social. Es decir que como no se encuentre pronto relevo a las actividades que desplegaba Thomas Cook, la desaceleración de nuestra economía puede transformarse en crisis galopante.
Ello debe hacernos pensar que el sector turístico es conveniente y favorable siempre que este incardinado en una economía general del país en que no represente más que un porcentaje moderado. Las otras grandes potencias turísticas mundiales tales como Francia, Estados Unidos y China, tienen el sector como un añadido que representa por debajo del 3% de sus respectivos PIB. En España supone el 12%.
De ahí la vulnerabilidad de nuestra economía al depender en demasía de un sector tan volátil como es el turismo, siempre dependiente del clima atmosférico, el político, el económico y otros. Una guerra, el terrorismo, la inestabilidad económica, la inseguridad, las inclemencias climatológicas -DANAs, huracanes, tsunamis-, pueden modificar los hábitos viajeros de la población mundial.
En el caso actual, el Brexit, la depreciación de la libra esterlina, el empobrecimiento social, han dejado a 600.000 turistas descolgados en los aeropuertos europeos, muchos de ellos en España.
Y a nuestro sector turístico al borde del infarto.